sábado, 18 de octubre de 2008

¿LOS NIÑOS NECESITAN MAS LIMITES O MAS COMUNICACIÓN?

¿LOS NIÑOS NECESITAN MAS LIMITES O MAS COMUNICACIÓN?
La exasperación que nos producen los niños “que no tienen limites” nos obliga a detenernos y a observarnos. Descubriremos que somos los adultos los que estamos limitados en nuestra capacidad de introspección y de comunicación con nosotros mismos y con los demás.
¿Qué me pasa, qué necesito, adónde voy, qué es importante para mi? Estas y otras preguntas primordiales dan sentido a nuestra vida cotidiana. Si supiéramos transmitirlas, los niños estarían en condiciones de comprendernos y podríamos llegar a acuerdos satisfactorios para todos. Cuando los adultos no logramos reconocer con sencillez y sentido lógico na necesidad personal, tampoco podemos comprender la necesidad especifica del otro, y menos aun si está formulada en el plano equivocado. Sin darnos cuenta, pedimos lo que creemos que será escuchado y no lo que realmente necesitamos. A este fenómeno tan frecuente y utilizado por todos nosotros, lo denomino: “ el pedido desplazado”.
Por ejemplo: Una mujer necesita que el marido la abrace y le diga cuanto la ama, sin embargo, en lugar de explicar su necesidad afectiva le pide que se ocupe de cambiar al bebe. Cuando un deseo es expresado a través de otro deseo, aparece el malentendido . Inconscientemente solicita algo diferente de lo que necesita, y por lo tanto no obtiene lo deseado, entonces se siente incomprendida, desvalorizada y enojada. En el plano emocional, cuando no sabemos lo que nos pasa o no lo podemos explicar, obviamente nada ni nadie nos puede satisfacer.
En relación con los niños, esta situación es tan corriente que la vida cotidiana se convierte en un “campo de batalla!. Levantarse para ir a la escuela, comer, bañarse, ir de compras, hacer la tarea, llegar o irse de algún lugar, ir a un restaurante en familia, todo parece ser “una lucha” no se sabe muy contra quien. Y hemos encontrado un rotulo muy de moda, aplicable a casi cualquier situación: “ a este chico le faltan limites”.
Por ejemplo, un niño pasa por el quiosco y pide un caramelo. La madre se lo compra pero luego pide otro… O bien NO se lo compra y el llanto se vuelve intolerable….tanto en la primera situación como en la segunda el niño se quedo sin mama, ya que no se trata del caramelo (comprar muchos caramelos no resuelve la insatisfacción) sino de un pedido desplazado. Si somos capaces de replantear qué sucedió cinco minutos antes del “conflicto”, constataremos que con frecuencia no estábamos conectados, no lo podíamos atender, el niño ya había intentado algunos reclamos menores sin conseguir interrumpir nuestra actividad. En vez de decir: “ Mami, quiero jugar con vos”; simplemente pide algo que cree será satisfecho con rapidez: “Quiero un caramelo”. El pedido molesto tendrá mas probabilidades de ser escuchado, independientemente de que lo obtenga o no, lo cual no tiene ninguna importancia ( de hecho, al obtener uno, reclama otro y otro mas).
¿Cuál es la opción frente a los pedidos compulsivos de los niños?
-Mami, quiero un caramelo.
-Que buena idea, podemos ir juntos a comprarlo y de paso jugamos al 2veo-vwo” en la calle.
-Juguemos al “veo-veo” con los colores de las golosinas!
Y respuestas semejantes.
En este ejemplo el niño esta en franca comunicación con su mama y no tiene ninguna importancia obtener o no el caramelo, ya que su pedido fue comprendido y respondido enb su esencia .
Veamos otro caso:
-Julieta anda a bañarte.
-Despues….
-Julieta, si no te bañas ahota no miras la tv.
-No tengo ganas…
-¿Y vos te crees que yo tengo ganas de hacer la cena?
Etc…
Resulta que Julieta nunca se entero de porque es importante para su mama que se bañe, ni sabe que su mama se siente sola y cansada. Nunca conversaron sobre lo que les pasa ni llegaron a ningún acuerdo sobre las necesidades de una y otra. Por otra parte, la mama esta limpiando y ordenando a toda velocidad después de un dia de trabajo fuera del hogar, y bañarse es un tramite mas sin sentido.
-Julieta ¿te acompaño a bañarte?
-No tengo ganas…
-Aprovechemos este ratito que después tengo que preparar la cena.¿queres que organicemos para el fin de semana?
-Quiero invitar a Manuela.
-Hoy mismo arreglo con su mama, puede quedarse a dormir en sábado.
-Bueno, que hay de comer?
Etc…( Julieta ya esta bañada)
Son solo unos minutos de atención e interés. Luego la mama resolverá mucho mas eficazmente la preparación de la cena.
Solemos determinar que un chico no tiene limites cuando “pide” de manera desmedida o cuando su movimiento constante nos distrae y nos reclama atención. Sin embargo, antes de juzgarlos y rotularlos en su comportamiento, tratemos de ponernos en su lugar, de imaginarnos en su cuerpo y en su confusión, en la imposibilidad de comunicar lo que genuinamente necesita. El niño utiliza el mismo sistema confuso de pedir “lo que puede ser escuchado” y no lo que en vedad desea. Lo que molesta siempre es prioritario en la atención de los demás.
El tema de los limites – como se lo entiende vulgarmente- es un problema falso, ya que no se refiere a la autoridad o la firmeza con que decimos no. Al contrario, tiene que ver con acordar entre el deseo de uno y el deseo del otro, con sentido lógico para ambos. Y para ello se necesita capacidad de escucha , una cierta dosis de generosidad, reconocimiento delas propias necesidades, y luego la comunicación que legitima y establece lo que estamos en condiciones de respetar sobre el acuerdo pactado.
Los malestares y enojos que se generan entre adultos o entre adultos y niños son tantos y tan variados que no vale la pena enumerarlos. Pero si sugiero que en las pequeñas situaciones de la vida cotidiana, pongamos las manos en el corazón y pensemos si hemos pedido lo que de verdad necesitamos – sin retacear explicaciones- y si hemos escuchado lo que de verdad los niños intentaron decirnos.
Los orientales disponen de una palabra útil para los momentos en que perdemos el equilibrio y la comprensión: la palabra Tao , que significa “como funcionan las cosas” o “ la comprensión de cómo funcionan las cosas”. Detengamos algunos instantes nuestra mente y sin juzgar, opinar ni catalogar como bueno o malo, observemos qué esta sucediendo, qué hemos generado, de qué manera participamos en el desencuentro. Veremos que las “luchas” cotidianas se suavizan y que aparece el verdadero sentido personal que tiene para cada uno de nosotros la vida compartida con los niños. Hagamos que las pequeñeces de la vida diaria se conviertan en el ejercicio invisible del amor.
HACIA LA ESCUCHA DEL PEDIDO ORIGINAL – ACUERDOS Y DESACUERDOS
Para lograr una relación armoniosa con los niños dependemos de nuestra capacidad de comunicar. El falso tema de los limites esta íntimamente relacionado con el ejercicio de la verdad . Como hemos visto en el capitulo anterior, la verdad se refiere a lo que pasa, pero por sobre todo a lo que me pasa . Y saber lo que me pasa no es tarea sencilla. Casi todos los emprendimientos terapéuticos van en busca de las mismas preguntas personales ¿Quién soy?¿Qué puedo hacer con mis recuerdos y vivencias primarias? ¿Qué necesito comprender de mi mismo? ¿Cuál es mi misión en el mundo? Tal ves nuestra vida transcurra sin mayores sobresaltos y sin cuestionamientos hasta el momento en que los hijos actúan las verdades personales no develadas.
Hasta los dos años de edad criamos niños. Despues de la separación emocional nos preocupa lo que nos encanta denominar “educación”. Nos preguntamos como hacer para que nuestros niños se comporten bien, sean amables y educados y puedan vivir según las reglas de nuestra sociedad. Sin embargo, estos “resultados” no dependen tanto de nuestros consejos, sino de lo que comunicamos genuinamente. Para aquello se requiere un trabajo de introspección permanente. No puedo contar que me pasa si no se que me pasa de verdad. Luego es necesario saber lo que le pasa al otro. Y solo después será posible llegar a acuerdos basados en el conocimiento y la aceptación de lo que nos pasa a ambos . Si queremos niños dóciles, tendremos que entrenarnos en la dulzura con nosotros mismos.
En la convivencia entre adultos suponemos que los acuerdos básicos son esenciales para estar juntos. Siempre me llamo la atención que no consideremos igualmente necesarios los acuerdos con los niños. Por ejemplo. Mi hija me pide que le cuente un cuento antes de ir a dormir, yo le respondo que tiene que lavarse los dientes. Se enoja. Discutimos. Ni se lava los dientes ni le cuento el cuento. A la noche se hace pis. Estamos todos confundidos y amargados. En cambio, la opción contraria es tomar en cuenta el pedido original , formulado bajo la forma desplazada de contar el cuento. Me doy cuenta de que trabaje todo el dia, que mi hija me extraña, que quiere un momento de intercambio a solas, que ya no sabe como pedirlo. Para responder no tenemos que olvidarnos la palabra mágica “¡¡Ahh!!”: “¡¡Ahh!! ¿queres que te cuente el cuento?” ¿Qué te parece si nos lavamos los dientes? O bien : “yo también tengo ganas de estar un ratito tranquila con vos”, e incluso podríamos dejar el lavado de dientes para otro momento. Porque lo que se aprende rodeado de malestar no sirve para la incorporación futura , que es lo que los padres esperamos de los habitos de higiene y amabilidad. En fin, si los niños piden cuento, ¡tomemos en cuenta lo que piden! Acordemos algo intermedio entre lo que ellos necesitan y lo que nosotros como adultos estamos en condiciones de ofrecer. Mediar significa acercar posiciones, no es manipularlos para que se adapten a nuestras necesidades.
Por otra parte , ir en busca del pedido original, requiere un conocimiento genuino sobre las necesidades básicas de los mas pequeños. Los adultos consideramos siempre que “ya son demasiado grandes para….” Invariablemente deberían lograr algo que aun les resulta inalcanzable como habilidad: jugar solos, no chuparse el dedo, quedarse en los cumpleaños sin nuestra presencia, dejar la mamadera, no interrumpir cuando los grandes conversan, etc.
En general, la presencia comprometida de los padres es escasa; cuando los niños “no tienen limites , piden desmedidamente o no se conforman con nada”. No es solo presencia física, es presencia y compromiso emocional.
No importa la realidad objetiva ni las dificultades especificas por las que atravesamos. Los niños son capaces de comprender y acompañar todas las situaciones si saben de que se trata. Cuando chillan, patalean, o no hacen caso, sencillamente ni ellos saben lo que nos pasa a los adultos, ni nosotros sabemos lo que les pasa a ellos como niños. Por eso no hay acuerdos posibles, y el intercambio resulta agobiante. Cuanto mas insatisfechos estén los niños, mas los adultos los echamos de casa porque nos desgastan. Los enviamos a larguísimas jornadas en las escuelas, fines de semana en casa de los abuelos…ahondando la desconexión y el abismo que nos separan.
El tema de los limites es un problema falso. Cuando hablamos de limites hay que considerar nuestros modelos de comunicación, la franqueza con que nos dirigimos a nuestros hijos, la búsqueda de nuestra verdad y el ejercicio de hablar con la verdad personal, cada dia, a cada instante, con cada uno de los niños.

viernes, 16 de mayo de 2008

entrevista a Carlos Gonzales

Carlos González, pediatra
"Los chavales de hoy en día son los que menos afecto reciben de toda la historia"

El pediatra Carlos González.Foto: cedida
jorge napal


Fundador y presidente de la Asociación Catalana Pro Lactancia Materna, Carlos González (Zaragoza, 1960), ofrecerá hoy una charla en Donostia, dentro de las V Jornadas sobre Lactancia Materna, que se centrarán en el Cuidado Respetuoso del Niño.

Se ha impuesto la moda de no coger en brazos a los niños porque, según se dice, se les malcría.

Pues se trata de todo lo contrario. Malcriar significa criar mal, con poco cariño, sin cubrir las necesidades básicas del niño. La relación con otras personas, particularmente con la madre, es una necesidad básica del ser humano. Por exceso de cariño no se educa mal a nadie.

¿Hasta qué edad es conveniente hacer caso en todo momento al bebé?

Hay que usar la lógica: ¿no pretendemos que se nos haga caso toda la vida a los adultos? Pues con los niños igual. Lo normal es atenderles.

¿Pero no pueden aflorar así generaciones de niños consentidos?

El riesgo está en ofrecerles cosas que uno cree que no hay que darles. Si un niño te pide veinte caramelos, es evidente que no se los vas a dar. Pero el problema es que, según ciertas teorías educativas, a pesar de que el pequeño te pida algo que no es malo para su salud y que está a tu alcance, te dicen que se lo niegues por decreto para que aprenda que no lo puede tener todo. ¡Pero es que eso ya lo va a aprender en la medida que pide cosas imposibles! Por eso, cuando deseen algo tan normal como ser cogidos en brazos, hay que hacerlo. El concepto de prohibir para demostrar quién manda aquí es aberrante.

No parece muy amigo de la frase 'hay que educar frustrando'.

No creo que la frustración eduque. De lo contrario, estarían todos muy instruidos. De las miles de cosas que pide un hijo hay muy pocas que realmente le puedas dar ¡Puñetas, pues démoselas! Si el padre se tiene que ir a trabajar y no puede atender al chaval, qué le vamos a hacer, pero si el poco tiempo que estamos con él nos pide que juguemos y no le hacemos ni caso, ¿qué relación mantenemos? Circulan teorías que dicen que el problema es que los niños están muy consentidos. Eso es falso. A los chavales se les da mucho menos de lo que se ha dado a cualquier otro niño de la historia. No me refiero al que te pide la Play sino al pobre chaval que quiere abrazos, mimos y jugar.

¿La generación que menos afecto recibe de la historia?

Pues sí, por un motivo muy sencillo: nunca antes habían acudido niños de pocos meses a pasar 8 ó 10 horas en una guardería, un recurso que no existía hasta los años 50. Incluso hay quien cree que es una experiencia deseable, porque allí les estimulan. Como mínimo debemos aceptar una cosa: los niños de hoy pasan mucho menos tiempo con sus padres que hace unos años, que es precisamente lo que más quieren. No se puede decir que se salgan siempre con la suya. Es más bien al contrario.

¿Por qué abomina de las guarderías?

En algunos casos son necesarias, pero deberíamos tener bien claro que son un mal menor. El niño está mejor si le cuidan sus propios padres.

Pero en la guardería comienza el proceso de socialización...

Ni mucho menos. Eso es un mito. A los niños de menos de tres años les importa un rábano que haya otro niño al lado. Les ves jugando y no socializan. Sientas a cuatro en el suelo y cada uno está a lo suyo. Los niños socializan cuando son mayores.

No comulga en absoluto con esa visión de niños consentidos, incluso tiranos, que observan psicólogos como Javier Urra.

No me he leído su libro, pero quienes lo han hecho me han dicho que el título espanta aunque su contenido no está mal. Javier Urra, en todo caso, era el Defensor del menor en Madrid. Desde luego que con defensores así no hacen falta fiscales. Si por algún motivo han llegado a criarse los niños como son ahora, no se puede decir que sea por exceso de cariño. Estamos hablando de jóvenes atiborrados de actividades extraescolares, que han crecido entre canguros, que lo han tenido todo menos afecto. Los padres, eso sí, compensan todo ello con muchos juguetes. A ese niño le están dando sustitutos baratos de lo que de verdad es niño pide.

¿Qué opina del famoso Duérmete niño ? ¿Es mano de santo?

Estevil, al autor, propugna dejar al niño llorar un día un minuto, luego tres, cinco... Sí, el sistema funciona. Al cabo de unos días ya no se despierta a media noche ni se molesta en meter ruido porque sabe que sus padres no van a venir. Pero, después de unos años, ¿cómo pretenden esos padres que su hijo les confiese que se droga si desde los dos años le han enseñado que no le van a hacer caso?

Por qué no a los castigos

esto lo copio de la pagina: criarconelcorazon.org

Es un tema que me interesa mucho, porque continuamente me lo encuentro en las conversaciones, tanto con padres como con profesores.
Me gustaría que escribiésemos aquí por qué nuestra asociación apoya una educación sin castigos. Aquí van mis razones. ¿Me ayudais a completarlo?

1- Porque los castigos enseñan que la conciencia es algo externo, impuesta. Y yo creo que las razones para hacer el bien deben estar dentro de uno mismo. Así, minusvaloramos la capacidad de los niños de saber cumplir las normas y les hacemos perder la confianza en sí mismos.
2- Porque enseñan que se deben cumplir las normas para no recibir el castigo y no porque haya una razón en la propia norma. Por tanto, cuando desaparezca el castigo, desaparecerá el cumplimiento de la norma.
3- Porque es muy difícil ser justo con los castigos, porque no son iguales las situaciones.
4- Porque es muy difícil establecer límites en los castigos: a mayor delito, mayor castigo... ¿hasta dónde? Si siguen sin cumplir las normas, ¿qué vamos a hacer, matarlos?
5- Porque, una vez cumplido el castigo, la contricción desaparece. Ya no nos sentimos mal por haber errado, porque hemos pagado. Esto apaga la propia conciencia.

Situaciones donde me parece aceptable alguna forma de castigo:

1- Situaciones límite de peligro: quizás sea la única forma de pararlos. Esto se aplica sobre todo al colegio, donde hay muchos niños con un solo profesor.
2- Sufrir las consecuencias directas del error: es educativo porque enseña que nuestras acciones tienen consecuencias que nosotros mismos debemos resolver.
3- El malestar y enfado que produce una mala acción son legítimos y no hay porqué ocultarlos: también es un castigo.

miércoles, 30 de abril de 2008

Redes de apoyo entre mujeres


No me cabe ninguna duda que los seres humanos estamos diseñados para vivir en comunidad. En cambio la modalidad que impera en las grandes ciudades modernas, da prioridad a las familias nucleares, prefiriendo aún más a las familias constituidas por una sola persona. Este sistema suele generar buenos frutos económicos, al menos para unos pocos.
Por otra parte, la mayoría de las mujeres modernas hemos elegido terminar una carrera universitaria o lograr un buen puesto de trabajo, en lugar de tener una vida semejante a la de nuestras madres y abuelas.
Pero cuando –casualmente y contra todos los pronósticos- nace un niño, la soledad y el desconcierto para las madres es moneda corriente. Porque no hay comunidad que nos avale, nos sostenga, nos ampare, nos transmita sabiduría interior, o satisfaga cualquier necesidad, física o emocional.
Muchas de nosotras pretendemos atravesar la maternidad utilizando los mismos parámetros con los que estudiamos, trabajamos, tomamos decisiones, luchamos, nos hacemos valer, generamos dinero, elaboramos pensamientos o practicamos deportes. Confiamos en que la maternidad no podría ser más compleja que lidiar con cincuenta empleados a cargo todos los días. Sin embargo...solemos comprobar que se trata de otro nivel de complejidad.
La mayor dificultad consiste en “dejar el mundo real” para “ingresar en el mundo onírico” de la fusión mamá-bebé, y aunque cada una de nosotras reacciona en forma diferente durante el puerperio, sólo en la medida en que estemos bien sostenidas, estaremos en condiciones de sostener al bebé.
Hoy no tenemos aldea, ni comunidad ni tribu ni vecindad en muchos casos. A veces tampoco familia extendida. Pues bien, necesitamos crear apoyos modernos y solidarios. De lo contrario no es posible entrar en fusión con el bebé. No es posible amamantarlo, ni fundirse en sus necesidades permanentes.
Las mujeres tenemos que organizarnos. Una posibilidad es crear grupos de apoyo, o de encuentro, o grupos de crianza abiertos para que las madres encontremos compañía con nuestros hijos en brazos, comprensión de nuestros estados emocionales y aceptación de nuestras ambivalencias.
Otra figura que en la actualidad me parece fundamental es la “doula”. Hay “doulas” preparadas para acompañar a las parturientas y otras especialmente entrenadas para seguir el proceso puerperal. La “doula” interpreta la “experiencia interior” de cada madre, avalando todos los cambios invisibles, y traduciendo al lenguaje corriente la realidad del puerperio. No se trata de ayudar con el bebé, ni de ofrecer buenos consejos, sino de acompañar la zambullida al universo sutil e invisible del recién nacido. Su principal función es la de maternar a la madre para que entonces pueda maternar a su hijo.
Las “doulas” tienen una función para ejercer, nombrando cada sentimiento “absurdo”, desproporcionado o incomprensible de la madre reciente. Personalmente, espero que el oficio de “doula” ingrese en el inconsciente colectivo femenino. Que las mujeres “sepamos” durante y después de parir que merecemos naturalmente llamar y solicitar una “doula” a domicilio, para que nos abra las puertas a los Misterios de la Maternidad. Porque a partir de cada madre puérpera que se encuentra a sí misma, el mundo entero se encuentra. Cada “doula” que asiste a una puérpera, se sana a sí misma y sana a todas las mujeres. Cada palabra de apoyo, es una palabra de paz y de bienvenida al niño. Las “doulas” nos incitan a que confiemos en nuestras elecciones, decidiendo según nuestras más íntimas creencias. Ellas nos recuerdan que somos merecedoras de todos los cuidados, porque de ello depende el futuro.

Laura Gutman

Esfínteres: control y autoritarismo


Si estuviéramos en una isla desierta con nuestros niños, y contempláramos al bebé humano, con la misma celeridad con la que observamos a los animales, constataríamos que el control de esfínteres real se produce mucho más tardíamente de lo que nuestra sociedad occidental tiene ganas de esperar. Lamentablemente, en lugar de examinar cuidadosamente cómo suceden las cosas, elaboramos teorías que luego pretendemos imponer esperando que funcionen.

Hemos impuesto a los niños el control de esfínteres alrededor de los dos años de edad, con lo que este tema se ha convertido en todo un problema. Si observáramos sin prejuicios el proceso natural, estaríamos ante la evidencia de que los niños humanos la realizan después de los tres años, algunos después de los tres años y medio, o incluso después de los cuatro años. ¡Qué importa!

Sin embargo los adultos -sin pedir permiso a los niños- ¡Les sacamos los pañales mucho antes! Esto significa que les arrebatamos el sostén, la contención, la seguridad, el contacto, el olor, agregándoles la exigencia de una habilidad para la cual no están aún maduros. Que el niño nombre “pis” o caca” no significa que cuente con la madurez neurobiológica para controlar dicha función.

Sacar los pañales porque “llegó el verano”, decidir que ya tiene dos años y tiene que aprender, responde a la incomprensión de la especificidad del niño pequeño y de la evolución esperable de su crecimiento. Cabe preguntarnos porqué los adultos estamos tan ansiosos y preocupados por la adquisición de esta habilidad, que como otros aspectos en el desarrollo normal de los niños, llegará a su debido tiempo, es decir cuando el niño esté maduro.

Controlar esfínteres no se aprende por repetición, como leer y escribir. Se adquiere naturalmente cuando se está listo, como la marcha o el lenguaje verbal.

Ahora bien, si no estamos dispuestas a rendirnos ante la sabiduría del tiempo interno de cada niño, las mamás lucharemos contra los pis que se escapan, las bombachas y calzoncillos mojados, las sábanas y colchones al sol, los pantalones interminables para lavar, mientras acumulamos rencor, hastío y mal humor en la medida que creamos que nuestros hijos “deberían haber ya aprendido”. En cambio, si dejamos a los niños en paz, después de los tres años, o cerca de los cuatro años, (sin olvidar que cada niño es diferente) simplemente un día estará en condiciones de reconocer, retener, esperar, ir al baño, sin más trauma y sin más vueltas que lo que es: controlar con autonomía los esfínteres.

A mi consultorio llegaron durante años niños con problemas de enuresis de 5, 6, 7, 8 años e incluso de mayor edad. La mayoría de ellos, se hacen pis sólo de noche, mientras duermen. Invariablemente les han sacado los pañales alrededor de los dos años. Los casos de enuresis son muy frecuentes, pero habitualmente no nos enteramos porque de eso no se habla. Total quedan como secretos de familia. He comprobado que cuando las mamás aceptan mi sugerencia de volver a ponerles pañales (caras de horror), los niños los usan el mismo lapso de tiempo que hubiesen necesitado desde el momento en que se los sacaron hasta que hubiesen podido controlar esfínteres naturalmente. Como si recuperaran exactamente el mismo tiempo que les fue quitado. Y luego, sencillamente se acaba el “problema”. Hay padres que opinan que “es contradictorio volver a poner un pañal una vez que se tomó la decisión de sacarlo”. En realidad en la vida probamos, y damos marcha atrás si es necesario y saludable. Simplemente diremos: “creí que estabas listo para controlar los esfínteres, pero obviamente me equivoqué. Te voy a poner el pañal para que estés cómodo, y cuando seas un poco mayor, estarás en mejores condiciones para lograrlo”. Es sólo sentido común. Se alivian las tensiones y finalmente el control de esfínteres se encausa.

Los niños -frente a la demanda de los adultos- hacen grandes esfuerzos para controlar sus esfínteres, pero ante cualquier dificultad emocional -por pequeña que sea- se derrumba el esfuerzo desmesurado y se escapa el pis. Luego vienen las interpretaciones: “me tomó el tiempo”, “me lo hace a propósito”, “él sabe controlar pero no quiere”.

Entiendo la presión social que sufrimos las mamás. Hay jardines de infantes que no aceptan niños en salas de tres años con pañales. Hay pediatras, psicólogos, y otros profesionales de la salud, además de suegras, vecinas y amigos bienintencionados que opinan y se escandalizan. Pero es posible sortearla con un poquito de imaginación: los pañales son descartables, baratos y anatómicos, lo que les permite a los niños ir a jugar, ir a un cumpleaños, al jardín, sin tener que pasar por la humillación de mojarse en todos lados. Hay quienes no quieren ir al jardín a causa de la probabilidad de hacerse pis. Otros se vuelven tímidos, otros especialmente agresivos mojando cuanta alfombra encuentran a su paso.

Por otra parte, hacer “pis” no es lo mismo que desprenderse de la “caca”. Muchos niños que controlan perfectamente el pis, piden el pañal para hacer caca. Es importante que les ofrezcamos lo que están pidiendo, porque nadie pide lo que no necesita. ¿Cuál es el motivo para negárselo?

Yo espero humildemente que alguna vez nos demos cuenta del grado de violencia que ejercemos contra los niños, envueltos en exigencias que no pueden satisfacer y que se transforman luego en otros síntomas (angustias, terrores nocturnos, llantos desmedidos, enfermedades, falta de interés) que hemos generado los adultos sin darnos cuenta.

Acompañar a nuestros hijos es aceptar los procesos reales de maduración y crecimiento.
Y si sentimos rechazo por algún aspecto, entonces preguntémonos qué nos pasa a nosotros con nuestros excrementos, nuestros genitales y nuestras zonas bajas que nos producen tanto enojo. Dejémoslos crecer en paz. Alguna vez, cuando sea el momento adecuado controlarán sus esfínteres naturalmente, así como una vez pudieron reptar, gatear, caminar, saltar, trepar y ser hábiles con sus manos. No hay nada que modificar, salvo nuestra propia visión.

Laura Gutman

El Puerperio


Vamos a considerar el puerperio como el período transitado entre el nacimiento del bebé y los dos primeros años, aunque emocionalmente haya una progresión evidente entre el caos de los primeros días -en medio de un llanto desesperado- y la capacidad de salir al mundo con un bebé a cuestas.
Para intentar sumergirnos en los vericuetos energéticos, emocionales y psicológicos del puerperio, creo necesario reconsiderar la duración real de este tránsito. Me refiero al hecho que los famosos 40 días estipulados -ya no sabemos por quién ni para quién- tienen que ver sólo con una histórica veda moral para salvar a la parturienta del reclamo sexual del varón. Pero ese tiempo cronológico no significa psicológicamente un comienzo ni un final de nada.
Mi intención –por la falta de un pensamiento genuino sobre el “sí mismo femenino” en la situación de parto, lactancia, crianza y maternaje en general- es desarrollar una reflexión sobre el puerperio basándonos en situaciones que a veces no son ni tan físicas, ni tan visibles, ni tan concretas, pero no por eso son menos reales. Vamos a hablar en definitiva de lo invisible, del submundo femenino, de lo oculto. De lo que está más allá de nuestro control, más allá de la razón para la mente lógica. Intentaremos acercarnos a la esencia del lugar donde no hay fronteras, donde comienza el terreno de lo místico, del misterio, de la inspiración y la superación del ego. Para hablar del puerperio, tendremos que inventar palabras, u otorgarles un significado trascendental.
Para quienes ya lo hemos transitado hace tiempo, nos da pereza volver a recordar ese sitio tan desprestigiado, con reminiscencias a tristeza, ahogo y desencanto. Recordar el puerperio equivale frecuentemente a reordenar las imágenes de un período confuso y sufriente, que engloba las ilusiones, el parto tal como fue y no como una hubiera querido que sea, dolores y soledades, angustias y desesperanzas, el fin de la inocencia y el inicio de algo que duele traer otra vez a la conciencia.
Para comenzar a armar el rompecabezas del puerperio, es indispensable tener en cuenta que el punto de partida es “el parto”, es decir, la primer gran “desestructuración emocional”. Como lo he descrito en el libro “La Maternidad y el encuentro con la propia sombra”, para que se produzca el parto necesitamos que el cuerpo físico de la madre se abra para dejar pasar el cuerpo del bebé permitiendo un cierto “rompimiento”. Este “rompimiento” corporal también se realiza en un plano más sutil, que corresponde a nuestra estructura emocional. Hay un “algo” que se quiebra, o que se “desestructura” para lograr el pasaje de “ser uno a ser dos”.
Es una pena que la mayoría de los partos los atravesemos con muy poca conciencia con respecto a este “rompimiento físico y emocional”. Ya que el parto es sobre todo un corte, un quiebre, una grieta, una apertura forzada, igual que la irrupción de un volcán que gime desde las entrañas y que al despedir sus partes profundas destruye necesariamente la aparente solidez, creando una estructura renovada.

Después de la “irrupción del volcán” (el parto) las mujeres nos encontramos con el tesoro escondido (un hijo en brazos) y además con insólitas piedras que se desprenden como bolas de fuego (nuestros “pedacitos emocionales”, o nuestras partes desconocidas) rodando hacia el infinito, ardiendo en fuego y temiendo destruir todo lo que rozamos. Los “pedacitos emocionales” van quemando lo que encuentran a su paso. Miramos azoradas sin poder creer la potencia de todo lo que vibra en nuestro interior. Incendiando y cayendo al precipicio, suelen manifestarse en el cuerpo del bebé (como una llanura de pasto húmedo abierta y receptora). Son nuestras emociones ocultas que despliegan sus alas en el cuerpo del bebé rozagante y disponible.

Como un verdadero volcán, nuestro fuego rueda por los valles receptores. Es la sombra, expulsada del cuerpo.

Atravesar un parto es prepararse para la erupción del volcán interno, y esa experiencia es tan avasallante que requiere de mucha preparación emocional, apoyo, acompañamiento, amor, comprensión y coraje por parte de la mujer y de quienes pretenden asistirla.

Sin embargo pocas veces las mujeres encontramos el acompañamiento necesario para introducirnos luego en esa herida sangrante, aprovechando este momento como punto de partida para conocer nuestra renovada estructura emocional (generalmente bastante maltrecha, por cierto) y decidir qué haremos con ella.

El hecho es que -con conciencia o sin ella, despiertas o dormidas, bien acompañadas o solas, incineradas o a salvo- el nacimiento se produce.

Lamentablemente hoy en día consideramos el parto y el post-parto como una situación puramente corporal y del dominio médico. Nos sometemos a un trámite que con cierta manipulación, anestesia para que la parturienta no sea un obstáculo, drogas que permiten decidir cuándo y cómo programar la operación, y un equipo de profesionales que trabajen coordinados, puedan sacar al bebé corporalmente sano y felicitarse por el triunfo de la ciencia. Esta modalidad está tan arraigada en nuestra sociedad que las mujeres ni siquiera nos cuestionamos si fuimos actrices de nuestro parto o meras espectadoras. Si fue un acto íntimo, vivido desde la más profunda animalidad, o si cumplimos con lo que se esperaba de nosotras. Si pudimos transpirar al calor de nuestras llamas o si fuimos retiradas de la escena personal antes de tiempo.

En la medida que atravesemos situaciones esenciales de rompimiento espiritual sin conciencia, anestesiadas, dormidas, infantilizadas y asustadas... quedaremos sin herramientas emocionales para rearmar nuestros “pedacitos en llamas”, permitiendo que el parto sea un verdadero pasaje del alma. Frecuentemente, así iniciamos el puerperio: alejadas de nosotras mismas.

Anteriormente describíamos la metáfora del volcán en llamas, abriendo y resquebrajando su cuerpo, dejando al descubierto la lava y las piedras. Análogamente, del vientre materno, surge el bebé real, y también el interior desconocido de esa mamá, que aprovecha el rompimiento para colarse por las grietas que quedaron abiertas. Esos aspectos ocultos encuentran una oportunidad para salir del refugio. La sombra ( es decir, cualquier aspecto vital que cada mujer no reconoce como propio, a causa del dolor, el desconocimiento o el temor) utiliza el quiebre para salir de su escondite y presentarse triunfante en la superficie.
El problema para la mamá reciente es que se encuentra simultáneamente con el bebé real que llora, demanda, mama, se queja y no duerme... y al mismo tiempo con su propia sombra (desconocida por definición), inabarcable e indefinible.
Pero concretamente ¿con qué aspectos de su sombra se encuentra?. Cada ser humano tiene su personalísima historia y obstáculos a recorrer, por lo tanto sólo un trabajo profundo de introspección, búsqueda personal, encuentro con dolores antiguos y coraje, podrá guiarnos hacia el interior de esa mujer que sufre a través del niño que llora.
El puerperio es una apertura del alma. Un abismo. Una iniciación. Si estamos dispuestas a sumergirnos en las aguas de nuestro yo desconocido.
Laura Gutman

El nacimiento de nuestro “ser madre”


Hemos pasado la infancia practicando con nuestras muñecas a mecer a los bebés, calmarlos, vestirlos, desvestirlos, retarlos y dormirlos. Sin embargo, cuando el bebé real irrumpe en nuestra vida adulta, nos sorprendemos al constatar que hay pocos puntos en común entre el bebé soñado y ese monstruito que llora en los momentos menos oportunos. Y que no es verdad que los bebés sólo comen y duermen, sino que hemos quedado prisioneras de un ser voraz, necesitado al extremo, malhumorado y demandante.

Posiblemente la sorpresa tenga que ver con el desconocimiento con el que las mujeres llegamos a la maternidad respecto al fenómeno de la “fusión emocional”. Para abordarlo, es menester darnos cuenta que la realidad no sólo está constituida por elementos visibles, concretos y palpables. Sino que también existen los mundos sutiles, los campos emocionales, perceptivos, intuitivos o espirituales. Aunque invisibles, suelen manejar los hilos de nuestra vida consciente.

En el caso de la díada mamá-bebé, es conveniente enterarse que ambos pertenecemos al mismo territorio emocional -como dos gotas dentro del océano- y que esta unión sin límites precisos perdurará en el tiempo, aunque nuestros cuerpos hayan sido separados a partir del parto y nacimiento de la cría.

“Fusión emocional” entre mamá y bebé, significa que sentimos lo mismo, percibimos lo mismo, independientemente de “dónde se origine” la sensación, ni si el sentimiento pertenece al presente, pasado o futuro, ya que en el mundo emocional no importan ese tipo de fronteras. De hecho, las mamás “sentimos como un bebé” cuando no toleramos un sonido demasiado fuerte, cuando nos angustiamos si hay demasiada gente alrededor o cuando nuestros pechos se llenan segundos antes de que el bebé se despierte. Del mismo modo, el bebé “siente como su mamá” cuando expresa a través del llanto o de diversas enfermedades, un sinnúmero de situaciones emocionales tales como: angustia por sentirnos exigidas por el varón, dificultades económicas, obligaciones que no podemos cumplir, la ausencia o lejanía de la propia madre, o pérdidas afectivas, por ejemplo.

Pero lo más impactante es darnos cuenta que dentro de la “fusión emocional” el niño vive como propias las experiencias de nuestra propia infancia que se actualizan y plasman en su cuerpo. Sobre todo aquellas vivencias que ya “no recordamos”, que han pasado “a la sombra”. Pues bien, la verdadera dificultad del devenir madre, no tiene que ver con ocuparse correctamente del bebé, sino con el dolor que supone confrontar ahora con las penas que no hemos podido asumir cuando éramos niñas. Devenir adultas de verdad, es darnos cuenta que hoy en día contamos con mayores recursos emocionales para hacernos cargo de nuestra historia y de las elecciones que hemos llevado a cabo.

Concretamente, las madres podemos hacer la prueba -cuando no logramos calmar al bebé ofreciéndole el pecho, ni meciéndolo, ni hablándole ni sacándolo a pasear- recordando alguna situación dolorosa o no resuelta de nuestra infancia, relativa al vínculo con nuestros padres. Si hemos podido traer a la conciencia alguna vivencia significativa, entonces intentemos relatarle al niño con palabras sencillas aquel dolor, aquel sufrimiento o rabia o vergüenza que aún vibra en nuestro interior. O bien, expliquémosle al niño la dificultad o el desacuerdo que tenemos actualmente con nuestra pareja, o la preocupación por la falta de trabajo, o el hartazgo por los malos entendidos con la vecina, o incluso la angustia sorda por esa amiga que emigró. Constataremos que el niño, que dentro de la “fusión emocional” vive como propias todas nuestras sensaciones -incluso las que no reconocemos como tales- se calmará. Porque sabrá de qué se trata.

Pero mucho más valioso aún resulta darnos cuenta qué importancia puede tener para cada una de nosotras reconocer ciertos sentimientos que hemos descartado por considerarlos antiguos, obsoletos o poco valiosos. De este modo, con la ayuda de nuestros hijos -que son espejos del alma materna- podremos reconocernos tal cual somos, y colocar en un lugar superlativo las cuentas que tenemos pendientes con nosotras mismas. Nuestros bebés lloran nuestras penas, vomitan nuestros hartazgos, se brotan de nuestras intoxicaciones emocionales y se enferman de nuestras incapacidades de mirarnos con honestidad.

Esto no significa que tenemos que tener nuestra vida resuelta, ni que seamos “culpables” de lo que les acontece a los niños. Al contrario. Es una oportunidad que las mujeres adquirimos a través del acto de maternar, para conectarnos con nuestro riquísimo mundo emocional, comprendernos y respetarnos. La expresión que el niño asume de nuestros deseos y fantasías relegadas, nos obliga a hacernos preguntas existenciales, íntimas, genuinas y profundamente femeninas.

En definitiva, no devenimos madres necesariamente cuando parimos al niño, sino en el transcurso de algún instante de desesperación, locura y soledad en medio de la noche con nuestro hijo en brazos. Cuando la lógica y la razón no nos sirven, cuando nos sentimos transportadas a un tiempo sin tiempo, cuando el cansancio es infinito y sólo nos resta entregarnos a ese niño que expresa nuestro yo profundo y no logramos acallar, entonces nuestra madre interior ha nacido.

martes, 29 de abril de 2008

Comprender el concepto del cotinuum


Según Jean Liedloff, el concepto del continuum se basa en la idea de que para conseguir el desarrollo físico, mental y emocional óptimo, los seres humanos, especialmente los bebés, necesitan el tipo de experiencia a la que nuestra especie se ha ido adaptando durante el largo proceso de nuestra evolución. Para un niño, esto incluye experiencias como:
Contacto físico constante con su madre (o algún otro cuidador) desde el nacimiento.
Dormir en la cama de sus padres, en constante contacto físico, hasta que la abandona por propia voluntad (habitualmente hacia los dos años).
Amamantar a demanda, respondiendo a las señales que emita el bebé con su cuerpo.
Ser cargado constantemente en brazos o de otra manera (pero siempre en contacto con alguien, normalmente su madre), y que pueda observar (o alimentarse o dormir) mientras la persona porteadora hace sus quehaceres habituales, hasta que el bebé empieza a desplazarse por su propio instinto, arrastrándose o gateando, normalmente a los seis u ocho meses.
Hacer que los cuidadores respondan inmediatamente a las señales del bebé (lloros, quejidos, etc.), sin juzgarlo ni obviar sus necesidades, y sin convertirlo en el centro constante de atención.
Sentir (y satisfacer) sus expectativas de que se trata de un ser social y cooperativo por naturaleza, de sus fuertes instintos de autoconservación, y de que es bien recibido y útil.
En contraste, un bebé sujeto a las prácticas de nacimiento y cuidados de la sociedad occidental normalmente experimenta lo siguiente:
Separación traumática de su madre debido a intervenciones médicas e internamiento en nurseries, en aislamiento físico, excepto por el sonido de otros recién nacidos llorando.
En casa, durmiendo a solas, aislado, a menudo “dejado que llore para que aprenda a dormir”.
Alimentación con horarios, usando el chupete o ignorando los impulsos naturales de necesidad de alimento.
Excluido y separado de las actividades normales de un adulto, relegado durante horas en una guardería, cuna o corralito siendo inadecuadamente estimulado por juguetes y otros objetos inanimados.
Cuidadores que a menudo ignoran, desalientan, desprecian o incluso agreden al bebé cuando llora o muestra de alguna manera sus necesidades; o que, por el contrario, responden con excesivo cuidado y ansiedad, convirtiéndolo en el centro de atención.
El bebé nota (y debe conformarse) que las expectativas de sus cuidadores son que él no es capaz de cuidarse a sí mismo, es antisocial por naturaleza y no puede aprender el comportamiento correcto sin estrictos controles, amenazas y una serie de “técnicas educativas” que minan su proceso de aprendizaje exquisitamente evolucionado.
La evolución no ha preparado al bebé humano para este tipo de experiencia. Él no puede entender porque sus lloros desesperados para cumplir con sus expectativas innatas no se ven satisfechos. Es entonces cuando desarrolla una sensación de estar equivocado y de vergüenza sobre sí mismo y sus deseos. Si, por lo contrario, sus expectativas de continuum son satisfechas, especialmente al principio y con más variación a medida que crece, exhibirá un estado natural de confianza en sí mismo, de bienestar y satisfacción. Los bebés cuyas necesidades de continuum han sido satisfechas durante el principio, en la fase de ir en brazos, crecen con mayor autoestima y se convierten en más independientes que aquellos cuyos lloros han sido insatisfechos por miedo a “malcriarlos” o hacerlos demasiado dependientes.
Aquí citamos algunas partes del libro que definen el concepto del continuum:
"...No es un secreto que los “expertos” no han descubierto como vivir satisfactoriamente, pero cuanto más fracasan, más intentan llevar los problemas bajo la única influencia de la razón y rechazan lo que la razón no puede comprender o controlar."
"Ahora es el intelecto el que realmente nos dicta las órdenes; nuestro sentido inherente de lo que es bueno para nosotros ha sido minado hasta el punto de que apenas somos conscientes de su funcionamiento y no podemos distinguir un impulso original de otro distorsionado."
"...[El determinar que es lo mejor para nosotros] ha sido dirigido durante muchos millones de años por ciertas áreas de la mente infinitamente más refinadas y con mayor conocimiento llamadas instinto. ... [El] inconsciente puede hacer cierto número de observaciones, cálculos, síntesis y ejecuciones simultánea y correctamente."
"...Lo que se entiende aquí como "correcto" es lo que resulta adecuado para el antiguo continuum de nuestra especie, ya que se adapta a las tendencias y expectativas con que hemos evolucionado. Las expectativas, en este sentido, se encuentran tanto en el hombre como en su propio diseño. Sus pulmones no solo contienen aire, sino que puede decirse que son una expectativa de él; sus ojos, una expectativa de luz… [etc.]"
"...El continuum humano también puede definirse como la secuencia de experiencias que corresponde a las expectativas y tendencias de nuestra especie en un entorno consecuente con aquello en lo que esas expectativas y tendencias se formaron. Incluye, además, que las otras personas que forman parte de aquel entorno se comporten y nos traten adecuadamente."
"El continuum de un ser es completo. Sin embargo, forma parte del continuum de su familia, el cual a su vez forma parte del continuum de su clan, comunidad y especie, al igual que el continuum de la especie humana forma parte del continuum de la vida."
"...la resistencia al cambio, que no está en absoluto en conflicto con la tendencia a evolucionar, es una fuerza indispensable para mantener la estabilidad de cualquier sistema."
"Sólo podemos intentar adivinar qué fue lo que interrumpió nuestra resistencia innata al cambio hace algunos miles de años. Lo importante es comprender la importancia que tiene la evolución frente al cambio (sin evolucionar). … [Lo último] reemplaza aquello que es complejo y adaptado con aquello que es más simple y menos adaptado."
"No hay ninguna diferencia esencial entre una conducta puramente instintiva, con sus expectativas y tendencias, y nuestras expectativas igual de instintivas de vivir en una cultura adecuada en la que podamos desarrollar nuestras tendencias y satisfacer nuestras expectativas: en primer lugar, las de recibir un trato preciso en la primera infancia, y más tarde, las de ir experimentando gradualmente una clase de trato más flexible, unas situaciones y una serie de condiciones que permitan que la adaptación pueda, desee y sea capaz de llevarse a cabo."

La frustracion, innecesaria en la infancia


Este es un artículo de Yolanda González (II Jornadas de Educación y Crianza, La Serrada) / Ilustra: Patricia Metola.




Vivimos en una Sociedad, donde desde la más tierna infancia, se nos enseña a soportar la frustración. Existe la creencia generalizada, de que si no hay frustración marcada por los adultos, los bebés y los niños-as, no logran tener ningún límite a su demanda (“perversos polimorfos”) y como consecuencia, devienen en sujetos anti-sociales y no adaptados. Hemos aceptado, que la vida es dura y cruel. Y nuestros hijos deben prepararse para afrontarla cuanto antes. Es por ésto, que desde que son bebés, recibimos consejos permanentes sobre cómo evitar que nuestros hijos se malcrien: "No lo cojas en brazos" "No atiendas a su llanto, que primero te piden la mano y luego te toman el brazo". "No transijas, pues se subirán a las barbas". Tantos y tantos tópicos, con el único objetivo de que esos bebés, ávidos de contacto epidérmico, de mirada amorosa, de empatía profunda, vayan aprendiendo a través de la frialdad, a ser "Duros", que no fuertes. Poco a poco, la sociedad nos transmite que debemos acorazarnos. Con una coraza rígida e insensible ante el dolor de los otros "porque la vida es así". Poco a poco, nos distanciamos de nuestro instinto protector, y de nuestro sentido común, para ser máquinas que responden al sistema, con sumisión. Aceptamos las normas, aunque sean irracionales, y formamos parte del engranaje. ¿Qué hemos olvidado? ¿Qué confundimos cuando hablamos de límites, educación, autoridad, frustración...? Olvidamos que ese bebé y ese niño, tiene una innata capacidad, para SENTIR mejor que nosotros-as cuáles son sus necesidades más imperiosas. Olvidamos que, siguiendo a manuales o recomendaciones que dinamitan el sentido común (el más escaso de los sentidos), violentamos el proceso natural de autonomía y auto-estima, que se forma tan sólo desde el respeto a sus necesidades básicas. Tan sólo una respuesta sensible y empática a sus necesidades primarias, garantiza un desarrollo psicoafectivo saludable. JAMAS, debemos de frustrar las necesidades afectivas. ¿ A quién le ha hecho daño un abrazo, una mirada cálida o una presencia en los momentos de mayor necesidad? A quién le hace daño el amor? Confundimos la frustración de necesidades culturales, con la frustración de las necesidades afectivas. La única frustración saludable, es la que frena el sinsentido del consumismo. Consumismo de la Tv. no constructiva. De los dulces excesivos. Sabemos que comprar y comprar, tapona en pequeños y mayores, grandes lagunas y ausencias afectivas. Y la sociedad no limita, sino fomenta estas necesidades vacías. Estas y no las otras, son las necesidades secundarias o culturales que debemos aprender con inteligencia y amor, a limitar. Muchos pediatras, autores, vecinos, cuestionan la lactancia natural prolongada. Y la justifican desde psicologizaciones y teorizacíones, sin ningún fundamento. Sin ningún seguimiento práctico y directo de bebés, que de forma sólida, permita realizar dichas afirmaciones. Y en los casos que se acompañan de observación, lo observado responde generalmente a lo "normal" y estadístico para la sociedad actual , ignorando y desconociendo lo que pudiera ser "lo sano". Intentan imponer con sus criterios, lo que hace la mayoría, sin cuestionar, si esos criterios generan felicidad o infelicidad, salud o normalidad. Frustrar la necesidad del pecho a demanda y la necesidad de la lactancia prolongada (en los casos que así se decida, o en su defecto un biberón dado con contacto y amor) , es negarnos una experiencia esencial en la vida: Porque, conocer el placer y el amor, es la mejor prevención de trastornos psicosomáticos posteriores. Permitir que el bebé, explore cuáles son sus necesidades y que el medio se las posibilite, es lo que crea confianza y seguridad en la vida. Es lo que posibilita el vínculo. El apego seguro. Los padres, y el profesorado están a veces muy desorientados con tanto bombardeo informativo y contradictorio. Es por ello muy importante, desarrollar la capacidad de empatizar con nuestros bebés ya desde el embarazo, para que el continuum de relación, ese " hilo mágico" como me gusta llamarlo y que algunos padres y madres percibimos desde el nacimiento hasta la autonomía de nuestros hijos, sea el mejor antídoto ante tantas influencias nefastas en el desarrollo saludable de la primera infancia.-Ese "hilo mágico", se llama VINCULO, y su base es la confianza, la seguridad y sobre todo el AMOR, del bueno.

lunes, 28 de abril de 2008

Vinculo Parental o attachment parenting

aca copio un texto del blog Cuatro en la cama sobre lo que implica esta forma de crianza

La idea del "vínculo paternal" o "attachment parenting" se remonta a los años cincuenta, con los famosos estudios del psiquiatra John Bowlby. El apego entre padres e hijos es "una necesidad biológica" y algo común en todos los primates, sostiene Bowlby. En cada fase de crecimiento, los niños (las crías) buscan la proximidad, el contacto y la protección de una persona adulta. Durante siglos, ésa ha sido la clave de la supervivencia.
Pero las sociedades modernas avanzan -es un decir- en sentido contrario. La separación traumática entre madres e hijos comienza ya en el parto hospitalario, por no hablar de la distancia con las que muchas mujeres viven sus propios embarazos, siempre a expensas de lo que certifique el "experto".
El mundo laboral, diseñado por los hombres y para los hombres, pasa como una apisonadora sobre muchísimas mujeres que no tienen elección: familia o trabajo. Nadie parece plantearse el impacto emocional que causa a madres y niños la separación al cabo de cuatro meses, ni cómo esa ruptura forzosa afecta a la salud y a la vida emocional del pequeño, que se pasa la mayor parte del día en brazos ajenos, enganchado al falso consuelo del chupete y del biberón.
Las barreras en las familias se van haciendo cada vez más altas, y pronto vendrá la maratón de actividades extraescolares. El caso es estirar las jornadas de los niños tanto como las nuestras, cubrir lo más posible las ausencias y reducir los "lazos" entre padres e hijos a un beso de buenas noches. A veces ni eso.
La antropóloga Margaret Mead realizó hace cuatro décadas un estudio entre varias tribus del mundo y demostró que las más violentas eran las que privaban a los niños del contacto físico con los padres a edad temprana.
La doctora Marcelle Geber tuvo la osadía de comparar la "tribu" europea y sus "civilizadas" costumbres (bebés al biberón, en habitaciones separadas, empujados en carritos) con 308 niños criados a la vieja usanza en Uganda (amamantados a demanda, compartiendo cama, a lomos de sus madres). Su conclusión: los niños africanos aventajaban a los blancos en capacidad motriz y en capacidad intelectual durante el primer año.
Y así llegamos hasta el doctor William Sears, padrino del "attachment parenting", más de una década rebelándose contra la pediatría oficial y promoviendo una relación más cercana y armoniosa entre padres e hijos. Sus consejos han servido de acicate para miles de padres de todo el mundo, reunidos en Attachment Parenting International, que cuenta ya con grupos en países europeos como Gran Bretaña, Holanda y Alemania.
Según William Sears, los cimientos del "vínculo" se crean en el alumbramiento, en ese "período sensitivo" tan común al de todos los mamíferos y tan ajeno a los asépticos protocolos hospitalarios. La lactancia, advierte, es una fuente de alimento no sólo material sino también emocional para un niño en los primeros meses de vida.
Sears aconseja cargar con todo lo posible con los niños, en brazos o colgados, pero manteniendo la proximidad física y el contacto. El pediatra del "apego" defiende a capa y espada las virtudes de la cama familiar o colecho y resume sus siete "mandamientos" en dos: cree en el llanto de tu hijo y ¡cuidado con los "expertos"!
Como respuesta a tantos y tantos libros "crueles y despiadados", el pediatra Carlos González decidió precisamente escribir "Bésame mucho". "Creo, sinceramente, que los padres lo harían mucho mejor si no hubieran existido todos esos manuales que incitan a desconfiar de los niños y a tratarles con total desprecio".
"No quiero entrar en lo que es bueno o malo para el niño a largo plazo, si va a ser más o menos inteligente porque duerma contigo o los lleves en brazos", afirma Carlos. "Lo que los niños necesitan, hoy y ahora, es afecto y proximidad. Y lo que han aconsejado por desgracia los "expertos" durante muchos años es justo lo contrario, hasta el punto de prohibir casi el contacto entre madres e hijos".
El autor de "Bésame mucho" nos recuerda los experimentos con gorilas que se "olvidan" de cómo ser madres cuando las meten en la jaula. A los hombres y a las mujeres, sostiene, nos pasa algo similar: vivimos en estado de cautividad, confinados en ambientes artificiales, atrapados por normas culturales y alejados de nuestros instintos y nuestros imperativos biológicos.
González pone sobre el tapete un estudio comparativo sobre la crianza de los niños en varias culturas, publicado hace cuatro años en la revista "Pediatrics"... En 25 de 29 sociedades, los niños dormían con la madre o con los dos padres. En 30 de 30, los niños eran trasportados en brazos o a la espalda. En todas ellas se les amamantaba a demanda y la edad media del destete estaba entre los dos y los tres años.
El pediatra rompe también con el mito de que los hombres se han lavado las tradicionalmente las manos, y se remite a "La Historia Natural de la Paternidad" de Susan Allport: "El alejamiento del padre es fruto de la revolución industrial. Los padres han trabajado toda la vida en casa o han velado por la protección de sus hijos. Su papel puede cambiar, como lo está haciendo ahora, pero hay que acabar con ese mito".
Años de experiencia como padre y de consulta como pediatra, le han permitido también a Carlos González conocer muy de cerca el dilema de tantas familias de hoy en día... "Eso del tiempo de calidad es un cuento. Con los niños hay que estar, simplemente estar, y no obsesionarse con cronometrar los minutos que se pasa con ellos y aprovecharlos al máximo para hacer algo importante".

Poner limites o informar de los limites


El amor después de la etapa primal.
Cuando se cambian las órdenes por la información y la complacencia
Casilda Rodrigáñez Bustos
La Mimosa, noviembre 2005





Este sin duda es uno de los dilemas más peliagudos con el que nos encontramos todas y todos los que queremos criar y socializar a las criaturas que hemos parido para que sean felices, y no para que le rindan servidumbre a nadie; y con el deseo y la firme voluntad de ser amantes complacientes y no dictadores o dictadoras autoritarias.

En mi caso, la respuesta la encontré en el libro de Françoise Dolto, La cause des enfants (1). En este libro Françoise Dolto analiza el trato habitual que las madres y padres dan a sus criaturas cuando empiezan a ser autónomas, y que, salvo excepciones, consiste en darles órdenes sobre todos los aspectos de su vida cotidiana En esta actitud adulta hay dos aspectos importantes: Uno es la subestimación de las capacidades (intelectuales, motrices, etc.) de las criaturas. Según Dolto, las madres y los padres subestiman las capacidades y cualidades (inteligencia, sensibilidad, capacidad de discernimiento, sentido común, responsabilidad, instinto de supervivencia y sentido del cuidado de sí mismas, capacidad de iniciativa, etc.) de las criaturas en general, y las tratan como si fueran incapaces por sí mismas de sentir, de pensar, de evaluar las circunstancias de una situación dada, o de tomar la más mínima decisión.
Por lo general, en sociedades menos patriarcalizadas o por lo menos, menos occidentalizadas, podemos observar que la infancia es más libre, y goza de un mayor reconocimiento y confianza en cuanto a su inteligencia y capacidades. Sin ir más lejos recordemos lo que decía Liedloff (2) sobre los Yequona.
Por su parte Dolto dice que el reconocimiento de las capacidades efectivas de las criaturas nos llevaría a darles una información respetuosa, confiando en su capacidad de discernimiento, por lo menos en una gran medida, en lugar de darles sistemáticamente órdenes…

…Es algo muy simple; se trata de que, ante cualquier límite que se oponga a los deseos de nuestra criatura, nos situemos incondicionalmente del lado de sus deseos; y en lugar de considerarlos meros caprichos improcedentes, los analicemos honesta y sinceramente con ella, junto con todos los factores que intervienen en la situación, para después tomar una decisión conjuntamente.

Se trata desde luego de hacer una valoración de la viabilidad técnica de los deseos de las criaturas, pero también de hacerla desde el punto de vista de su proceso anímico, valorando sus deseos, no como caprichos arbitrarios, sino como producto de su vitalidad y en tanto que pulsiones vitales que animan su desarrollo psicosomático, emocional y de aprendizaje; y además de
hacerlo con el respeto y la responsabilidad de la protección que le debemos a ese desarrollo, a esa criatura humana que no es mi inferior ni mi subordinada, sino que es mi semejante y socialmente mi igual. Porque el que yo pueda decidir, el que yo pueda obligarla, es una realidad de orden secundario, es un asunto del Código Civil, del Contrato Social, de una Ley que me otorga una posición de superioridad; pero no es la verdad primaria y fundamental; en realidad, no es más que una mascarada para organizar la función de este Gran Teatro del Mundo. Para nada somos superiores a ellas, y quien lo crea, quien crea que es
verdad, sufre una tremenda equivocación. Nuestra función de madres es propiciar y proteger su desarrollo, puesto que las hemos parido, no manejarlas como una propiedad…

…Si analizamos con un poco detenimiento lo que significa
situarnos sin más del lado de los límites, ordenándolas directamente lo que tienen que hacer, como normalmente suele hacerse, nos daremos cuenta que ahí hay encubierta una gran falta de empatía amorosa, una gran falta de amor verdadero.
Habrá quien diga que a una criatura de dos o tres años no se le puede explicar nada, que no entiende nada. Esto no es cierto. La psicología neonatal ha probado ya que incluso los fetos antes de nacer tienen conciencia, memoria y recuerdos…

…Por otra parte, si la relación con la criatura desde que empezó a andar, ha consistido en darle órdenes en lugar de explicaciones, ésta arrastrará un handicap de desinformación, de dinámica de sumisión y de retraso en el hábito de asumir iniciativas responsables; porque una criatura que ha sido tratada respetuosamente y con sinceridad, que se le ha ido informando en cada circunstancia, desarrolla una gran capacidad de entendimiento y de iniciativa responsable. Las criaturas humanas tienen de hecho esa gran capacidad de entendimiento y de acción, esté más o menos atrofiada o desarrollada, pero siempre está ahí, y siempre es buen momento para iniciar un trato diferente con ella basado en el reconocimiento de esa capacidad y en el respeto a sus deseos.
Aunque nos parezca que una criatura no entiende, siempre entiende; por lo menos mucho más de lo que nos creemos; y lo cierto es que casi siempre subestimamos su capacidad de comprensión. Creo que casi todas podemos recordar alguna anécdota en la que alguna criatura nos ha sorprendido ‘por la cuenta que se daba de tal o cual cosa’, ‘a pesar de lo pequeña que era’ etc. etc. Yo recuerdo de pequeña que siempre fingía que no me enteraba ni entendía aquello que los mayores daban por hecho que era así, para tenerles complacidos. Lo que nos hace infravalorar la capacidad de entendimiento de nuestros hijos e hijas es la prepotencia en la relación con ell@s, prepotencia que llevamos adscrita a nuestra estructura psíquica.
Así pues, aunque nos parezca que no nos pueden entender, debemos probar a explicarles la situación conflictiva entre los deseos y los límites; contémosles lo que hay, poniéndonos en su lugar y comprendiendo sus deseos, sintiendo con ellas la frustración, deseando con ellas que los márgenes para la expansión de los deseos fueran mayores, haciéndonos cómplices y estudiando las
posibilidades de eludir lo que no se quiere hacer y de hacer lo que sí se quiere hacer, y poniendo los medios y el poder que socialmente ostentamos al servicio de sus deseos. Creo que mucha gente se sorprendería de los resultados. Y si a pesar de todo tenemos que doblegarnos ante los límites, sufriremos juntas la represión de nuestros deseos: porque mi deseo ha seguido, sigue y seguirá siendo la complacencia del suyo.
Porque de esto es de lo que se trata. De mantener la producción de la líbido amorosa del proceso de la maternidad; la sustancia que si no se bloquease trabaría la fraternidad, el bienestar y el apoyo mutuo. Por eso es tan importante mantener la complacencia y reflexionar sobre los deseos de las criaturas.
Tenemos que tener en cuenta que, cuando adoptamos la actitud de ponernos sin más del lado de los límites, sin considerar tan siquiera lo que la criatura quiere, porque tenemos las decisiones ya tomadas, sin dar ocasión para estudiar los márgenes posibles de maniobra, y le vamos soltando a la criatura un ‘no’ tras otro, la criatura lo que percibe es que sus deseos no nos importan; se da cuenta de que ni siquiera han sido contemplados como una
posibilidad real; y de algún modo siente que se está yendo sistemáticamente en contra de ella, contra sus deseos; porque a diferencia nuestra, ella todavía sí se identifica con los deseos que le brotan del cuerpo. Ella todavía no está socializada del todo, y todavía es capaz de producir, de reconocer y de identificarse con sus deseos. Y nosotras, ya desde este mundo, de un plumazo resolvemos la cuestión, impasiblemente, poniéndoles un ‘no’ tras otro, como si estuviéramos poniendo una lavadora tras otra. Porque es lo que nos toca, supuestamente, como madres,
hacer. ¡Qué diferente la perspectiva, si contemplamos sus deseos
como la maravillosa vitalidad de sus maravillosos cuerpos! Entonces lo que nos costaría es decirles ‘no’, y en cambio no nos costaría nada ponernos a desbrozar el terreno para que sus vidas tuvieran la máxima expansión posible.
Sus deseos todavía son el pulso de su vida, lo que alienta su existencia. Por eso la negación de los mismos, aunque no nos demos cuenta, supone una negación de su vida, un cuestionamiento
de su existencia; una existencia y unos deseos que debían ser incondicionalmente defendidos y protegidos por la madre y el grupo familiar de la madre.
Aunque no podamos ofrecerles la vuelta al Paraíso, el ‘amaryi’, con la actitud de la información y de la búsqueda de la complacencia, estaremos demostrando que no querríamos que estos límites existieran, y la criatura percibirá el deseo de su madre de cambiar las circunstancias que se oponen a sus deseos para poder complacerla. Ante la evidencia del deseo de complacencia, la criatura no identificará límites y falta de amor, como en cambio sucedería si directamente le damos órdenes como si fuéramos las promotoras de los límites. Y así la criatura podrá seguir creciendo en el entorno de empatía y amor incondicional que necesita para el desarrollo de su propia capacidad de amar.

Porque aunque tenga que someterse a los límites y a la ordenación social, la criatura se sentirá amada incondicionalmente. Si lo pensamos un poco, la actitud de los amantes en general es tratar de buscar la mejor manera para vivir en este mundo, manteniéndose cómplices ante los impedimentos y los límites, y buscando conjuntamente las mejores opciones que tienen. Si hubiera que resumir esta actitud en una palabra, ésta sería COMPLICIDAD. Y que no nos quepa la menor duda de que las criaturas se dan cuenta y sienten que sus deseos no nos importan. Cada vez que las madres nos ponemos del lado de los límites sin tener en cuenta sus deseos, les estamos dejando de amar incondicionalmente, y la criatura lo percibe. Y por eso reacciona con rabietas, exigiendo las cosas de manera testaruda, pataleando y armando zapatiestas por cosas aparentemente insignificantes...
Pero no cogen pataletas por lo que se les ha negado (un caramelo, el acceso a un objeto...) sino precisamente por el significado afectivo de la negación rutinaria, que para ellas no es otro que un menosprecio hacia sus vidas.

Con las pataletas no reclaman el objeto que se les ha negado; están desesperadas porque no tenemos sus deseos -sus vidas- en la consideración que se merecen, y en realidad están reclamando ese amor incondicional que aprecia y que sí le importa lo que ellas desean. Y como la socialización de las criaturas es una negación
tras otra de sus deseos, la espiral de la guerra (‘la guerra que dan l@s niñ@s’) y de las zapatiestas no cesa.
Fijáos que a veces hacemos concesiones, no por respeto, reconocimiento y empatía con sus deseos, sino para parar la rabieta. Esto, cuando menos, nos tendría que hacer reflexionar.

La prueba de que las rabietas no se producen por un empecinamiento especial por un objeto (empecinamiento que a menudo se contempla como una característica de la infancia), la podemos encontrar observando la situación inversa. Cuando una criatura crece en una relación de tú a tú con l@s adult@s, está informada de las dificultades de este mundo, las grandes y las pequeñas y más cotidianas dificultades de este mundo, cuando a esa criatura le dices ‘no puedo porque estoy cansada’, o ‘no lo cojas porque hace falta para otra cosa’, no organiza ninguna pataleta, ni se pone exigente ni testaruda. Bien al contrario, demostrará una generosidad, una comprensión y una complicidad que ya la quisieran muchos adultos y adultas en sus relaciones. En primer lugar porque sabe que le estás diciendo la verdad; porque habitualmente no falseas la realidad ni te inventas cualquier excusa para cerrarle la boca. En segundo lugar porque sabe a ciencia cierta que siempre tienes en cuenta sus deseos, y por lo tanto, cuando hay un ‘no’ no se pone testaruda y exigente, sino que se muestra abierta a entender y a aceptar las explicaciones.
El empecinamiento de las criaturas es por el amor incondicional y complaciente perdido, y por la falta de respeto que les profesamos; no por los límites a sus deseos.
Los niños y niñas que crecen sin consideración a sus deseos, a su impulso vital, sienten una gran soledad; una soledad que ha sido detectada con mucha frecuencia por psicólogos y psicólogas. Las cualidades tales como la confianza y la reciprocidad propias de la capacidad humana de amar, se lesionan. Porque lo propio del ser humano es amar y ser amado incondicionalmente. Si esto nos falla, la supervivencia entonces desarrollará toda la lista de
patologías que conocemos tan bien: celos, afán de posesión, agresividad, violencia, sadomasoquismo, depresión, autodestrucción, drogadicción... (aunque sólo se consideren patológicos los casos graves más, pues estando este tipo de relación con la infancia normalizada, también lo están sus consecuencias más inmediatas).

La actitud autoritaria es una actitud de desamor. El amor y el ejercicio del Poder sólo se compatibilizan cuando se sublima el amor, cuando se le arranca de nuestras entrañas y se le corrompe. Lo importante es convencerse de que la existencia de los límites no tiene que hacer cambiar la cualidad de mi amor por la criatura, y que no estamos obligadas a ser autoritari@s. No tenemos que caer en la trampa de ir por el camino trazado, de la manera ‘normal’ de criar y educar a l@s hij@s manteniendo con ell@s una relación de prepotencia.

La quiebra del amor incondicional (en el caso de que halla llegado a existir y si es que no se ha quebrado antes) como decía Amparo Moreno es la transmutación de la relación de tú a tú entre los amantes, en una relación de autoridad y sumisión. Rendir el Poder –que tenemos de facto los padres y las madres con respecto a las criaturas- para mantener el amor incondicional y complaciente no es ninguna excentricidad; es sólo un intento de vivir conforme a la verdad de las cosas. Pero además, si no fuera por lo tremendamente trágico que es, diría que lo más gracioso del asunto es que resulta mucho más ventajoso, en todos los aspectos, también para nosotr@s. Entre otras cosas, porque las criaturas vuelven también a ser complacientes contigo; en cuanto notan la actitud de complacencia, enseguida les brota la reciprocidad. Como todavía la apisonadora del sistema no ha terminado de aplastar sus cualidades humanas, mamíferas y gaiáticas tales como la reciprocidad, la confianza, el respeto a la propia dignidad y el deseo de mutua complacencia, éstas se ponen en juego en cuanto encuentran la cancha libre de Poder. Entonces, l@s niñ@s, en vez de ‘dar guerra’ dan mucha paz y mucha alegría. En vez de ‘dar trabajo’, te alivian el stress del trabajo alienante de nuestro mundo. Esto está comprobado. Te dan un amor impetuoso, fresco, limpio, sincero. Te dan vida, te Revitalizan.
Being happy is what matters most’ (ser feliz es lo que más importa) decía A.S. Neil fundador de la escuela de Summerhill, que lleva funcionando más de ochenta años en Inglaterra. Es un eslogan sencillo y fácil de seguir. Y en el fondo todas las madres y padres estaríamos de acuerdo con él. No hemos parido hijos o hijas para que sean presidentes de multinacionales o generales del Ejército. No es el éxito social lo que más nos importa, sino que sean lo más felices posible, siempre, aquí y ahora.








Lea el artículo completo en: http://kanguras.org/documentos/poner_limites.pdf

Lactancia salvaje



La mayoría de las madres que consultan por dificultades en la lactancia están preocupadas por saber cómo hacer las cosas correctamente, en lugar de buscar el silencio interior, las raíces profundas, los vestigios de femineidad y un apoyo en el varón, en la familia o en la comunidad que favorezcan el encuentro con su esencia personal.

La lactancia genuina es manifestación de nuestros aspectos más terrenales, salvajes, filogenéticos. Para dar de mamar deberíamos pasar casi todo el tiempo desnudas, sin largar a nuestra cría, inmersas en un tiempo fuera del tiempo, sin intelecto ni elaboración de pensamientos, sin necesidad de defenderse de nada ni de nadie, sino solamente sumidas en un espacio imaginario e invisible para los demás.

Eso es dar de mamar. Es dejar aflorar nuestros rincones ancestralemente olvidados o negados, nuestros instintos animales que surgen sin imaginar que anidaban en nuestro interior. Y dejarse llevar por la sorpresa de vernos lamer a nuestros bebés, de oler la frescura de su sangre, de chorrear entre un cuerpo y otro, de convertirse en cuerpo y fluidos danzantes.

Dar de mamar es despojarse de las mentiras que nos hemos contado toda la vida sobre quienes somos o quienes deberíamos ser. Es estar desprolijas, poderosas, hambrientas, como lobas, como leonas, como tigresas, como canguras, como gatas. Muy relacionadas con las mamíferas de otras especies en su total apego hacia la cría, descuidando al resto de la comunidad, pero milimétricamente atentas a las necesidades del recién nacido.

Deleitadas con el milagro, tratando de reconocer que fuimos nosotras las que lo hicimos posible, y reencontrándonos con lo que haya de sublime. Es una experiencia mística si nos permitimos que así sea.

Esto es todo lo que se necesita para poder dar de mamar a un hijo. Ni métodos, ni horarios, ni consejos, ni relojes, ni cursos. Pero sí apoyo, contención y confianza de otros (marido, red de mujeres, sociedad, ámbito social) para ser una misma más que nunca. Sólo permiso para ser lo que queremos, hacer lo que queremos, y dejarse llevar por la locura de lo salvaje.

Esto es posible si se comprende que la psicología femenina incluye este profundo arraigo a la madre-tierra, que el ser una con la naturaleza es intrínseco al ser esencial de la mujer, y que si este aspecto no se pone de manifiesto, la lactancia simplemente no fluye. No somos tan diferentes a los ríos, a los volcanes, a los bosques. Sólo es necesario preservarlos de los ataques.

Las mujeres que deseamos amamantar tenemos el desafío de no alejarnos desmedidamente de nuestros instintos salvajes. Solemos razonar, leer libros de puericultura y de esta manera perdemos el eje entre tantos consejos supuestamente “profesionales”.

Hay una idea que atraviesa y desactiva la animalidad de la lactancia, y es la insistencia para que la madre se separe del cuerpo del bebé. Contrariamente a lo que se supone, el bebé debería ser cargado por la madre todo el tiempo, incluso y sobre todo cuando duerme. La separación física a la que nos sometemos como díada entorpece la fluidez de la lactancia. Los bebés occidentales duermen en el moisés o en el cochecito o en sus cunas demasiadas horas. Esta conducta sencillamente atenta contra la lactancia. Porque dar de mamar es una actividad corporal y energética constante. Es como un río que no puede parar de fluir: si se lo bloquea, desvía su caudal.

Dar de mamar es tener el bebé a upa, todo el tiempo que sea posible. Es cuerpo, es silencio, es conexión con el submundo invisible, es fusión emocional, es locura.

Sí, hay que volverse un poco loca para maternar.

Laura Gutman

Punto de vista femenino respecto a la paternidad

No son tiempos fáciles para varones ni mujeres. Nosotras hemos conquistado el mundo masculino y los varones han perdido sus identidades históricas. Necesitaremos algunas generaciones para volver a situarnos en un mundo sin reglas fijas.

La paternidad también ha dejado desubicados a los varones. Hay un aparente consenso respecto a los papás modernos que cambian pañales, que juegan con los niños o ayudan en las tareas domésticas. Y no mucho más.

Sin embargo, devenir madre o padre es por sobre todo, dejar de lado las prioridades personales y poner toda nuestra capacidad altruista al servicio del otro. La madre sostiene al niño. Y el padre sostiene a la madre. Al menos es lo que hay dentro del sistema de familia nuclear, que está lejos de ser el ideal para la crianza de los niños.

Pero las mujeres solemos confundir “sostén emocional” hacia nosotras con “ayuda concreta en la crianza del hijo”. Son dos situaciones bien distintas. Una madre sostenida puede sostener al niño. Una madre desamparada se “ahogará en un vaso de agua”, y reclamará desde la soledad cualquier cosa, en cualquier momento, sin lograr nunca quedar satisfecha, aunque el varón intente bañar al niño, lo lleve de paseo o se despierte de noche para calmarlo. Esto provocará el desconcierto del varón que no sabrá más qué hacer para tranquilizarla.

Si un papá cambia un pañal, está muy bien. Pero la condición excluyente para un funcionamiento familiar equilibrado, es la de operar como sostenedor emocional de la madre. No es necesario que el padre esté dentro del torbellino emocional, porque no es su función. Al contrario, se necesita alguien que mantenga su estructura emocional intacta sosteniendo el mundo material para que la madre no se vea obligada a abandonar el mundo emocional en el que está sumergida. El padre no tiene que maternar, tiene que sostener a la madre en su rol de maternaje.

Tengo dos sugerencias para los varones emocionalmente maduros: Antes de salir a trabajar cada mañana, pregúntenle a su mujer: 1) “¿Cómo estás?” y 2) “¿qué necesitas de mí, hoy?”. Es sencillo.
La mayoría de los varones retoma su quehacer laboral, se baña y afeita cada mañana, desayuna y se va exactamente a la misma hora de siempre “como si nada hubiera sucedido”. Asimismo supone que nada de lo que acontezca en su ausencia le incumbe, y que su mujer, eficaz como siempre lo fue, podrá arreglarse sola con el bebé. Es falso. ¿Acaso tiene que modificar su rutina? No. Tiene que preguntarle a su mujer qué necesita de él, hoy, aquí, ahora.


Laura Gutman

El niño pequeño, del año a los dos años y medio.

Penélope Leach (Bebé y niño, Edit. Grijalbo)
El niño pequeño ya no es un bebé que se siente parte de usted, que la utiliza como medio de control, como la persona que le facilita las cosas, como espejo de sí mismo y del mundo. Pero todavía no es un niño, dispuesto a veda como persona por derecho propio, a aceptar la responsabilidad por sí mismo y por sus acciones en relación con usted. Ha empezado a ser consciente de que usted y él son personas separadas. A veces afirma esta individualidad recién descubierta gritando «¡No!» y «jDéjame!», oponiéndose a su control y ayuda cada vez que surge un tema. Pero otras veces se aferrará a usted, llorará cuando salga de su habitación, extenderá las manos para que lo coja en brazos y exigirá, con la boca abierta, que lo alimente. Su comportamiento intermedio es confuso para usted, pero es doloroso para él. Tiene que convertirse en persona por derecho propio, pero se siente más seguro si continúa siendo posesión de usted. Ha de empezar a rechazar su control total sobre él, pero le resulta más fácil aceptado. Tiene que desarrollar gustos y aversiones propias, perseguir sus propios fines, incluso cuando se contradicen con los de usted, aunque ese conflicto le parezca desesperadamente peligroso. Todavía la quiere con una pasión sin igual y depende por completo de usted para encontrar apoyo emocional. El imperativo del desarrollo de la independencia entra en conflicto con el imperativo emocional propio del amor. Si espera que el niño pequeño siga siendo lo que fue, un bebé comparativamente manejable, tendrá que chocar directamente con usted. Él necesita su amor y aprobación, pero su impulso por crecer no le permitirán aceptados al precio de una excesiva dependencia. Si usted espera que se convierta de la noche a la g1añana en 10 que será (un niño sensible), él se sentirá inadecuado. Necesita de su ayuda y su consuelo, y si se 10 retiran, no sabe arreglárselas. Tratado como un pequeño, será rebelde. Tratado como mayor, será un quejica. Hay un camino intermedio que le permite aventurarse, al mismo tiempo que le ofrecemos seguridades contra posibles «desastres»; ayúdelo a probar, pero amortigüe sus fracasos; ofrézcale una firme estructura para un comportamiento aceptable, pero de tal modo que no dañe su naciente sentido de ser dueño de sí mismo. Depende de la comprensión o del rechazo para que no se deje engañar por las apariencias. En muchos aspectos parece bastante más crecido de lo que él mismo se siente. Su capacidad para hablar, caminar y jugar se ha desarrollado hasta el extremo en que parece haber pocas diferencias con respecto a un niño de tres años, pero su com prensión y su experiencia todavía no están a esa altura. Si lo trata como un bebé, lo frenará. Tiene que aprender a comprender. Debe adquirir experiencia. Pero si lo trata como lo haría con un niño en edad preescolar, lo someterá a una presión excesiva. Se le tiene que enseñar a comprender y sus experiencias tienen que ser manejables. La clave para comprender al niño pequeño radica en comprender el desarrollo de sus procesos de pensamiento. Sólo en la medida en que éstos maduren, esas emociones conflictivas y habilidades engañosas se unen para formar un todo razonable y manejable en que ya se ha convertido el niño. La memoria del niño pequeño, por ejemplo, no funciona todavía como lo hará cuando sea mayor. Recuerda a personas, lugares, canciones y olores tan bien como usted, pero su memoria para algunos detalles sigue siendo muy corta. Cuando era un bebé y hacía cosas propias de bebé, eso no era importante ni parecía muy evidente. Pero ahora trata de hacer cosas de niño mayor, de una forma vital y cuidadosa. Día tras día tropieza y se cae con el escalón que hay entre la cocina y el salón. Irritada y preocupada por los golpes que se da en la cabeza, usted se pregunta si aprenderá alguna vez. Aprenderá, pero necesitará su tiempo. No puede «llevar el escalón en la cabeza» hasta que la experiencia repetida le haya dado finalmente un lugar permanente en su memoria. Cuando era un bebé, su tarea fue evitar que se cayera.. Ahora, cuando ya es un niño pequeño, su tarea consiste en indicarle . la presencia del escalón. Pero en estos momentos la tarea principal consiste en modificar los dolorosos resultados de esa serie de experiencias y refrescar esa memoria. Puede que tenga que acolchar el escalón y a continuación recordarle su presencia. Del mismo modo que el recuerdo de las cosas ocurridas en el pasado es selectivo, también lo es su capacidad para la premeditación. Aunque entiende que usted se va a trabajar al verla con el maletín en la mano, no prevé los resultados de su propio comportamiento. Si es capaz de subir esa escalera de mano que tanto le atrae, lo hará. No puede pensar por adelantado en el problema de cómo volver a bajar. A menudo, las dificultades con la memoria y con la previsión se combinan para producirle problemas. Se le ha reñido una y otra vez por girar los botones de la televisión, pero cuando hoy se acerque al aparato no recordará los regaños anteriores ni preverá el próximo que se le avecina. Esos botones lo atraen como un imán. Como no puede pensar por adelantado, apenas es capaz de esperar para hacer lo que sea. Si quiere algo, lo quiere ahora, y sus gritos empiezan incluso cuando la ve quitar la envoltura del anhelado polo. Incapaz de esperar por las cosas que le gustan, no soporta ni siquiera la pequeña incomodidad actual para estar más cómodo un poco más tarde. Gimotea desconsolado porque el polo lo ha dejado pegajoso y, sin embargo, se opone al paño húmedo con el que se le pretende lavar la cara y que le producirá alivio. Sólo tiene la posibilidad de vivir el momento presente. Otro tipo de inmadurez similar en su pensamiento hace que también tenga problemas en sus relaciones con las personas. La quiere a usted. Todo el mundo le dice que él la quiere mucho. Él mismo también se lo dice y al recibir usted su enorme abrazo y su sonrisa maliciosa o su risa de satisfacción, puede estar segura de que la ama. Y sin embargo, a menudo no puede comportarse de la forma en que los adultos pensamos como «cariño». No puede ponerse en lugar de usted, ni ver las cosas a través de sus ojos. Detestará que usted se ponga a llorar, pero serán los sentimientos que provocan sus propias lágrimas lo que le disgustará, y no los sentimientos que la presencia de esas lágrimas representan en usted. Su tarea todavía no consiste en tener en cuenta los sentimientos de otras personas; antes tiene que reconciliarse con los propios sentimientos. Si él le pega, y usted le devuelve el golpe para demostrarle «lo que se siente», le habrá dado una lección que no está preparado para aprender. Llorará como si golpear fuera una idea totalmente nueva para éL No establece relación alguna entre lo que le hizo y lo que usted le ha hecho a él, entre los sentimientos propios y los de usted. A menudo incluso sus propios sentimientos son un verdadero misterio para éL No sabe lo que siente ahora, yeso, combinado con su incapacidad para recordar lo que sintió la última vez, o para predecir lo que sentirá después, hace que le sea tremendamente dificil tomar decisiones. «¿Quieres quedarte conmigo o ir a la tienda con papá?», parece una elección sencilla e insignificante, pero no es ni tan directa ni tan poco importante para el niño pequeño. ¿Con quién de los dos disfrutará más? ¿Con quién disfrutó más la última vez? ¿Qué tiene ganas de hacer ahora? No lo sabe y no puede saberlo. Vacila en su decisión, y sea ésta la que fuere, se siente desdichado. Tendrá que aprender a tomar sus propias decisiones. Nadie puede madurar si alguien toma todas las decisiones por éL Pero practicar la toma de decisiones debería hacerse con aquellas en las que no tenga nada que perder. Si tiene que elegir entte dos dulces, «¿Cuál te comerás primero?» es la pregunta que él puede considerar sin sentir tensión alguna. Al fin y al cabo, riene los dos a su disposición. Nadie le quitará el dulce que decida no comerse primero. Y puede cambiar de opinión seis pegajosas veces si así lo ~ere. El lenguaje del niño puede causarle problemas al sugerir que su com:rensión es mayor de lo que es en realidad. Aprende palabras nuevas y las .::riIiza cada vez más libremente, pero a muchas de ellas todavía les faltan los ~cados más sutiles. Puede utilizar la palabra «promesa», por ejemplo, ~ posiblemente no comprenda el concepto que suele transmitir esta pa~ Si le ofrece cinco minutos más de juego, prometerá irse a la cama in~t3IIlente después. Pero tras esos cinco minutos quiere otros cinco. '= =onces no entiende el reproche de su voz cuando le dice: .Pero me has :-romerido...... Las palabras también le producen problemas con la verdad. Quizá ho..:- = ya con la suficiente fluidez como para expresar frecuentes acusacionc negativas cuya exactitud todavía no significan nada para él. Habla segiJI:. ': que siente. Puede que haya sido el perro el que haya causado ese charcc = desea que hubiera sido así, y lo dice de ese modo. Cuando, en el tranSoC"'"..;so de una pelea con su hermana se cae y se hace daño en una rodilla. ~: que ella lo empujó. En realidad, ella no le hizo nada, sino que más bien ~ rió sus sentimientos. Lo que dice es una especie de verdad sentida, que ~sulta ser bastante diferente que la verdad de los adultos. Más adelante podrá usted demostrarle el valor de las promesas hechas responsablemente y mantenidas a rajatabla, de la verdad dicha y de las mentiras que hay que evitar. Pero todavía es demasiado pronto. No lo atosigue con conceptos que no puede comprender. Está haciendo lo mejor que puede por agradar, pero si espera demasiado de su nivel, fracasará. El ritmo evolutivo del niño le ha indicado que ya es hora de dejar de ser un bebé y progresar hacia el esta tus de individuo. Si lo trata como a un bebé, luchará con usted a lo largo del camino y, al final, se ganará su independencia, porque eso es lo que debe hacer. Pero la ganará a un precio terrible, pagado en forma de amor perdido. Ese ritmo evolutivo todavía no equivale a «niñez», por lo que tampoco serán efectivos los intentos por disciplinarlo como se disciplina a un niño. Se enfrentará usted a una falta de comprensión que parece como si fuera un desafio, y cada batalla en la que participe terminará con amor perdido. Así pues, no intente conseguir el control absoluto y no participe en batallas morales. El pequeño será «bueno» si tiene la sensación de hacer lo que usted desea de él y no tiene ganas de hacer cualquier cosa que a usted le disguste. Con un poco de astucia, puede organizar su vida y sus temas en particular como un todo, de tal modo que ambos deseen lo mismo la mayoóa de las veces. El pequeño tiene los cubos de plástico desparramados por el suelo, y usted quiere que la habitación esté ordenada. Si le dice que los recoja, probablemente se negará. Si insiste, se entablará una pelea que usted no puede ganar. Si le grita o le castiga, lo reducirá al desconsuelo, pero nada de eso hará que recoja los cubos del suelo. En cambio, si le dice: «Apuesto a que puedes guardar todos esos cubos en la bolsa antes de que yo haya terminado de recoger estos libros», habrá convertido todo el asunto en un juego. Entonces él deseará hacer lo que usted quiere que haga, y lo hará. No lo hará «por mamá», y tampoco por ser un «buen chic~»,sino porque usted ha conseguido que desee hacerlo. Y en eso consiste el truco. En dirigir su vida al prever las dificultades y soslayarlas, al evitar las órdenes absolutas que serán absolutamente rechazadas, al dirigir y guiar al niño hacia el comportamiento que desea que muestre, porque nada le ha hecho desear comportarse de otro modo. La recompensa es diversión para todos, en vez de enfrentamiento. Pero la recompensa que se obtendrá después es mucho más importante. Este niño pequeño, que todavía no sabe distinguir lo correcto de lo incorrecto, que no puede elegir entre comportarse bien y mal, está creciendo. Llegará el momento en que comprenderá cuáles son los sentimientos y los derechos de usted, que recordará las instrucciones que se le han dado, que preverá los resultados de sus acciones, comprenderá las sutilidades del lenguaje cotidiano y reconocerá los sentimientos y los derechos de los demás. Cuando llegue ese momento, podrá ser «bueno» o «revoltoso» a propósito. Lo que elija entonces dependerá en buena medida de lo que sienta sobre sus adultos «especiales». Si llega a esa siguiente fase del crecimiento con la sensación de que ustedes son básicamente cariñosos, que aprueban lo que hace y que están de su parte, querrá agradarles (en la mayoría de las ocasiones).Así pues, y con numerosos lapsos, se comportará como ustedes desean. Pero si llega a esa fase con la sensación de que son ustedes abrumadores, incomprensibles y que están contra él, quizá ya haya decidido que no vale la pena intentar agradarles porque se enfadan a menudo con él, y porque es demasiado peligroso amarles, debido a que con mucha frecuencia ha tenido la impresión de que ustedes no le amaban. Si alguna vez se preguntan si están siendo demasiado débiles y condescendientes con su hijo pequeño, o si alguien les sugiere que ha llegado el momento de ser más duros con él, miren hacia delante. Si el niño cumple sus tres o cuatro años sin buscar su aprobación, sin sentirse cooperativo, sin seguridad de amar y ser amado, habrán perdido la base para una «disciplina» 5cil y efectiva durante toda la infancia. En esta fase de su desarrollo, un niño feliz es un niño fácil de llevar ahora, y un niño fácil de llevar ahora, también lo será en el futuro.

Guarderías de 0 a 3 años

Cada vez que oigo a algún@ politic@ pedir plazas de guardería de 0 a 3 años, se me atraganta el 0. Ya sé que se debe al deseo facilitar a la mujer el acceso al mercado de trabajo, pero no deja de ser un disparate desde el punto de vista del niño.



No podemos seguir haciendo como si un bebé pudiera aparcarse con el mismo desapego que un coche en un parking. En la naturaleza, es la inteligencia de la especie la que determina la duración, intensidad e importancia de la relación de dependencia que el bebé tiene con su madre. Sintiéndolo mucho por quien se sienta superior, no somos más que la especie mamífera más inteligente (¡!), lo que no hace más que poner de manifiesto la importancia de nuestra condición mamífera, y la necesidad de que el bebé experimente en toda su intensidad esa relación de dependencia. Es la profundidad de las raíces lo que permite al árbol crecer hacia el cielo.


La importancia de crecer los primeros meses en el seno del vínculo con la madre no es sólo una cuestión afectiva. Afecta al desarrollo de la inteligencia, a la salud, a la capacidad de crear vínculos posteriores y a un sinfín de factores que conforman una persona equilibrada. No existiría ahora tanto cursillo en las empresas sobre inteligencia emocional, si se permitiera que se desarrollara cuando le toca, en los primeros meses y años.


No hacen falta más guarderías de 0 a 3 años, sino un periodo de crianza en casa de mínimo un año (lo ideal sería hasta los 2-3 años) para quien lo desee. Ese es el tipo de apoyo del Estado que necesitan las familias, y esa es la tendencia en otros países europeos, después de comprobar que es más barato apoyar directamente el maternaje, que gastarse el presupuesto en sanidad, psiquiatras o policía. Deberíamos acostumbrarnos a considerar problemas como la violencia juvenil, el fracaso escolar y la desmotivación general de que se acusa a los jóvenes de una forma más global, tratando de comprender donde están las causas.


Isabel F. del Castillo