lunes, 28 de abril de 2008
Poner limites o informar de los limites
El amor después de la etapa primal.
Cuando se cambian las órdenes por la información y la complacencia
Casilda Rodrigáñez Bustos
La Mimosa, noviembre 2005
Este sin duda es uno de los dilemas más peliagudos con el que nos encontramos todas y todos los que queremos criar y socializar a las criaturas que hemos parido para que sean felices, y no para que le rindan servidumbre a nadie; y con el deseo y la firme voluntad de ser amantes complacientes y no dictadores o dictadoras autoritarias.
En mi caso, la respuesta la encontré en el libro de Françoise Dolto, La cause des enfants (1). En este libro Françoise Dolto analiza el trato habitual que las madres y padres dan a sus criaturas cuando empiezan a ser autónomas, y que, salvo excepciones, consiste en darles órdenes sobre todos los aspectos de su vida cotidiana En esta actitud adulta hay dos aspectos importantes: Uno es la subestimación de las capacidades (intelectuales, motrices, etc.) de las criaturas. Según Dolto, las madres y los padres subestiman las capacidades y cualidades (inteligencia, sensibilidad, capacidad de discernimiento, sentido común, responsabilidad, instinto de supervivencia y sentido del cuidado de sí mismas, capacidad de iniciativa, etc.) de las criaturas en general, y las tratan como si fueran incapaces por sí mismas de sentir, de pensar, de evaluar las circunstancias de una situación dada, o de tomar la más mínima decisión.
Por lo general, en sociedades menos patriarcalizadas o por lo menos, menos occidentalizadas, podemos observar que la infancia es más libre, y goza de un mayor reconocimiento y confianza en cuanto a su inteligencia y capacidades. Sin ir más lejos recordemos lo que decía Liedloff (2) sobre los Yequona.
Por su parte Dolto dice que el reconocimiento de las capacidades efectivas de las criaturas nos llevaría a darles una información respetuosa, confiando en su capacidad de discernimiento, por lo menos en una gran medida, en lugar de darles sistemáticamente órdenes…
…Es algo muy simple; se trata de que, ante cualquier límite que se oponga a los deseos de nuestra criatura, nos situemos incondicionalmente del lado de sus deseos; y en lugar de considerarlos meros caprichos improcedentes, los analicemos honesta y sinceramente con ella, junto con todos los factores que intervienen en la situación, para después tomar una decisión conjuntamente.
Se trata desde luego de hacer una valoración de la viabilidad técnica de los deseos de las criaturas, pero también de hacerla desde el punto de vista de su proceso anímico, valorando sus deseos, no como caprichos arbitrarios, sino como producto de su vitalidad y en tanto que pulsiones vitales que animan su desarrollo psicosomático, emocional y de aprendizaje; y además de
hacerlo con el respeto y la responsabilidad de la protección que le debemos a ese desarrollo, a esa criatura humana que no es mi inferior ni mi subordinada, sino que es mi semejante y socialmente mi igual. Porque el que yo pueda decidir, el que yo pueda obligarla, es una realidad de orden secundario, es un asunto del Código Civil, del Contrato Social, de una Ley que me otorga una posición de superioridad; pero no es la verdad primaria y fundamental; en realidad, no es más que una mascarada para organizar la función de este Gran Teatro del Mundo. Para nada somos superiores a ellas, y quien lo crea, quien crea que es
verdad, sufre una tremenda equivocación. Nuestra función de madres es propiciar y proteger su desarrollo, puesto que las hemos parido, no manejarlas como una propiedad…
…Si analizamos con un poco detenimiento lo que significa
situarnos sin más del lado de los límites, ordenándolas directamente lo que tienen que hacer, como normalmente suele hacerse, nos daremos cuenta que ahí hay encubierta una gran falta de empatía amorosa, una gran falta de amor verdadero.
Habrá quien diga que a una criatura de dos o tres años no se le puede explicar nada, que no entiende nada. Esto no es cierto. La psicología neonatal ha probado ya que incluso los fetos antes de nacer tienen conciencia, memoria y recuerdos…
…Por otra parte, si la relación con la criatura desde que empezó a andar, ha consistido en darle órdenes en lugar de explicaciones, ésta arrastrará un handicap de desinformación, de dinámica de sumisión y de retraso en el hábito de asumir iniciativas responsables; porque una criatura que ha sido tratada respetuosamente y con sinceridad, que se le ha ido informando en cada circunstancia, desarrolla una gran capacidad de entendimiento y de iniciativa responsable. Las criaturas humanas tienen de hecho esa gran capacidad de entendimiento y de acción, esté más o menos atrofiada o desarrollada, pero siempre está ahí, y siempre es buen momento para iniciar un trato diferente con ella basado en el reconocimiento de esa capacidad y en el respeto a sus deseos.
Aunque nos parezca que una criatura no entiende, siempre entiende; por lo menos mucho más de lo que nos creemos; y lo cierto es que casi siempre subestimamos su capacidad de comprensión. Creo que casi todas podemos recordar alguna anécdota en la que alguna criatura nos ha sorprendido ‘por la cuenta que se daba de tal o cual cosa’, ‘a pesar de lo pequeña que era’ etc. etc. Yo recuerdo de pequeña que siempre fingía que no me enteraba ni entendía aquello que los mayores daban por hecho que era así, para tenerles complacidos. Lo que nos hace infravalorar la capacidad de entendimiento de nuestros hijos e hijas es la prepotencia en la relación con ell@s, prepotencia que llevamos adscrita a nuestra estructura psíquica.
Así pues, aunque nos parezca que no nos pueden entender, debemos probar a explicarles la situación conflictiva entre los deseos y los límites; contémosles lo que hay, poniéndonos en su lugar y comprendiendo sus deseos, sintiendo con ellas la frustración, deseando con ellas que los márgenes para la expansión de los deseos fueran mayores, haciéndonos cómplices y estudiando las
posibilidades de eludir lo que no se quiere hacer y de hacer lo que sí se quiere hacer, y poniendo los medios y el poder que socialmente ostentamos al servicio de sus deseos. Creo que mucha gente se sorprendería de los resultados. Y si a pesar de todo tenemos que doblegarnos ante los límites, sufriremos juntas la represión de nuestros deseos: porque mi deseo ha seguido, sigue y seguirá siendo la complacencia del suyo.
Porque de esto es de lo que se trata. De mantener la producción de la líbido amorosa del proceso de la maternidad; la sustancia que si no se bloquease trabaría la fraternidad, el bienestar y el apoyo mutuo. Por eso es tan importante mantener la complacencia y reflexionar sobre los deseos de las criaturas.
Tenemos que tener en cuenta que, cuando adoptamos la actitud de ponernos sin más del lado de los límites, sin considerar tan siquiera lo que la criatura quiere, porque tenemos las decisiones ya tomadas, sin dar ocasión para estudiar los márgenes posibles de maniobra, y le vamos soltando a la criatura un ‘no’ tras otro, la criatura lo que percibe es que sus deseos no nos importan; se da cuenta de que ni siquiera han sido contemplados como una
posibilidad real; y de algún modo siente que se está yendo sistemáticamente en contra de ella, contra sus deseos; porque a diferencia nuestra, ella todavía sí se identifica con los deseos que le brotan del cuerpo. Ella todavía no está socializada del todo, y todavía es capaz de producir, de reconocer y de identificarse con sus deseos. Y nosotras, ya desde este mundo, de un plumazo resolvemos la cuestión, impasiblemente, poniéndoles un ‘no’ tras otro, como si estuviéramos poniendo una lavadora tras otra. Porque es lo que nos toca, supuestamente, como madres,
hacer. ¡Qué diferente la perspectiva, si contemplamos sus deseos
como la maravillosa vitalidad de sus maravillosos cuerpos! Entonces lo que nos costaría es decirles ‘no’, y en cambio no nos costaría nada ponernos a desbrozar el terreno para que sus vidas tuvieran la máxima expansión posible.
Sus deseos todavía son el pulso de su vida, lo que alienta su existencia. Por eso la negación de los mismos, aunque no nos demos cuenta, supone una negación de su vida, un cuestionamiento
de su existencia; una existencia y unos deseos que debían ser incondicionalmente defendidos y protegidos por la madre y el grupo familiar de la madre.
Aunque no podamos ofrecerles la vuelta al Paraíso, el ‘amaryi’, con la actitud de la información y de la búsqueda de la complacencia, estaremos demostrando que no querríamos que estos límites existieran, y la criatura percibirá el deseo de su madre de cambiar las circunstancias que se oponen a sus deseos para poder complacerla. Ante la evidencia del deseo de complacencia, la criatura no identificará límites y falta de amor, como en cambio sucedería si directamente le damos órdenes como si fuéramos las promotoras de los límites. Y así la criatura podrá seguir creciendo en el entorno de empatía y amor incondicional que necesita para el desarrollo de su propia capacidad de amar.
Porque aunque tenga que someterse a los límites y a la ordenación social, la criatura se sentirá amada incondicionalmente. Si lo pensamos un poco, la actitud de los amantes en general es tratar de buscar la mejor manera para vivir en este mundo, manteniéndose cómplices ante los impedimentos y los límites, y buscando conjuntamente las mejores opciones que tienen. Si hubiera que resumir esta actitud en una palabra, ésta sería COMPLICIDAD. Y que no nos quepa la menor duda de que las criaturas se dan cuenta y sienten que sus deseos no nos importan. Cada vez que las madres nos ponemos del lado de los límites sin tener en cuenta sus deseos, les estamos dejando de amar incondicionalmente, y la criatura lo percibe. Y por eso reacciona con rabietas, exigiendo las cosas de manera testaruda, pataleando y armando zapatiestas por cosas aparentemente insignificantes...
Pero no cogen pataletas por lo que se les ha negado (un caramelo, el acceso a un objeto...) sino precisamente por el significado afectivo de la negación rutinaria, que para ellas no es otro que un menosprecio hacia sus vidas.
Con las pataletas no reclaman el objeto que se les ha negado; están desesperadas porque no tenemos sus deseos -sus vidas- en la consideración que se merecen, y en realidad están reclamando ese amor incondicional que aprecia y que sí le importa lo que ellas desean. Y como la socialización de las criaturas es una negación
tras otra de sus deseos, la espiral de la guerra (‘la guerra que dan l@s niñ@s’) y de las zapatiestas no cesa.
Fijáos que a veces hacemos concesiones, no por respeto, reconocimiento y empatía con sus deseos, sino para parar la rabieta. Esto, cuando menos, nos tendría que hacer reflexionar.
La prueba de que las rabietas no se producen por un empecinamiento especial por un objeto (empecinamiento que a menudo se contempla como una característica de la infancia), la podemos encontrar observando la situación inversa. Cuando una criatura crece en una relación de tú a tú con l@s adult@s, está informada de las dificultades de este mundo, las grandes y las pequeñas y más cotidianas dificultades de este mundo, cuando a esa criatura le dices ‘no puedo porque estoy cansada’, o ‘no lo cojas porque hace falta para otra cosa’, no organiza ninguna pataleta, ni se pone exigente ni testaruda. Bien al contrario, demostrará una generosidad, una comprensión y una complicidad que ya la quisieran muchos adultos y adultas en sus relaciones. En primer lugar porque sabe que le estás diciendo la verdad; porque habitualmente no falseas la realidad ni te inventas cualquier excusa para cerrarle la boca. En segundo lugar porque sabe a ciencia cierta que siempre tienes en cuenta sus deseos, y por lo tanto, cuando hay un ‘no’ no se pone testaruda y exigente, sino que se muestra abierta a entender y a aceptar las explicaciones.
El empecinamiento de las criaturas es por el amor incondicional y complaciente perdido, y por la falta de respeto que les profesamos; no por los límites a sus deseos.
Los niños y niñas que crecen sin consideración a sus deseos, a su impulso vital, sienten una gran soledad; una soledad que ha sido detectada con mucha frecuencia por psicólogos y psicólogas. Las cualidades tales como la confianza y la reciprocidad propias de la capacidad humana de amar, se lesionan. Porque lo propio del ser humano es amar y ser amado incondicionalmente. Si esto nos falla, la supervivencia entonces desarrollará toda la lista de
patologías que conocemos tan bien: celos, afán de posesión, agresividad, violencia, sadomasoquismo, depresión, autodestrucción, drogadicción... (aunque sólo se consideren patológicos los casos graves más, pues estando este tipo de relación con la infancia normalizada, también lo están sus consecuencias más inmediatas).
La actitud autoritaria es una actitud de desamor. El amor y el ejercicio del Poder sólo se compatibilizan cuando se sublima el amor, cuando se le arranca de nuestras entrañas y se le corrompe. Lo importante es convencerse de que la existencia de los límites no tiene que hacer cambiar la cualidad de mi amor por la criatura, y que no estamos obligadas a ser autoritari@s. No tenemos que caer en la trampa de ir por el camino trazado, de la manera ‘normal’ de criar y educar a l@s hij@s manteniendo con ell@s una relación de prepotencia.
La quiebra del amor incondicional (en el caso de que halla llegado a existir y si es que no se ha quebrado antes) como decía Amparo Moreno es la transmutación de la relación de tú a tú entre los amantes, en una relación de autoridad y sumisión. Rendir el Poder –que tenemos de facto los padres y las madres con respecto a las criaturas- para mantener el amor incondicional y complaciente no es ninguna excentricidad; es sólo un intento de vivir conforme a la verdad de las cosas. Pero además, si no fuera por lo tremendamente trágico que es, diría que lo más gracioso del asunto es que resulta mucho más ventajoso, en todos los aspectos, también para nosotr@s. Entre otras cosas, porque las criaturas vuelven también a ser complacientes contigo; en cuanto notan la actitud de complacencia, enseguida les brota la reciprocidad. Como todavía la apisonadora del sistema no ha terminado de aplastar sus cualidades humanas, mamíferas y gaiáticas tales como la reciprocidad, la confianza, el respeto a la propia dignidad y el deseo de mutua complacencia, éstas se ponen en juego en cuanto encuentran la cancha libre de Poder. Entonces, l@s niñ@s, en vez de ‘dar guerra’ dan mucha paz y mucha alegría. En vez de ‘dar trabajo’, te alivian el stress del trabajo alienante de nuestro mundo. Esto está comprobado. Te dan un amor impetuoso, fresco, limpio, sincero. Te dan vida, te Revitalizan.
Being happy is what matters most’ (ser feliz es lo que más importa) decía A.S. Neil fundador de la escuela de Summerhill, que lleva funcionando más de ochenta años en Inglaterra. Es un eslogan sencillo y fácil de seguir. Y en el fondo todas las madres y padres estaríamos de acuerdo con él. No hemos parido hijos o hijas para que sean presidentes de multinacionales o generales del Ejército. No es el éxito social lo que más nos importa, sino que sean lo más felices posible, siempre, aquí y ahora.
Lea el artículo completo en: http://kanguras.org/documentos/poner_limites.pdf
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