lunes, 28 de abril de 2008

Control de Esfinteres

La perspectiva de la retirada del pañal suele generar un cierto desasosiego en los adultos. Nos preguntamos cual será el momento adecuado, si el niño estará dispuesto a aprender; si sabremos cómo enseñarle. Una inquietud comprensible pero que supone un error de partida. ¿Enseñamos a nuestros hijos a andar? ¿y a hablar? La realidad es que no. Las habilidades fundamentales el niño las adquiere solo, de forma progresiva, cuando está maduro.


Que comience a ser consciente y avisar cuando orina o defeca no necesariamente implica que ya esté preparado para controlarlo “entre el reconocimiento de un funcionamiento específico de su cuerpo y la madurez neurobiológica para controlarlo se necesita un tiempo, ¡a veces de uno a dos años!” advierte la psicóloga Laura Gutman, experta en crianza y autora de “La maternidad y el encuentro con la propia sombra”.

El niño va adquiriendo habilidades paulatinamente, en su momento. Cada “adquisición” va precedida de una larga etapa de “ensayos” que no son más que el natural desarrollo y despliegue de sus capacidades, y que preparan el terreno para mayores consecuciones. No hay un momento fijo para sentarse, empezar a andar o a hablar: cada niño tiene su “calendario interno”.

Pero también es cierto que un “clima” adecuado, no sólo físico sino también emocional y social, puede incidir en el desarrollo de cualquier habilidad, no porque se le enseñe, sino porque estimule su natural pasión por aprender, la íntima satisfacción y el placer que le produce adentrarse en territorios inexplorados. Un niño con quien se habla mucho y con amor tenderá a desarrollar su lenguaje con mayor facilidad que si pasa todo el día en su cuna sin que nadie le hable. Y le será más fácil empezar a gatear o andar si disfruta de libertad de movimientos que si está todo el día atado a la silla. En esta etapa la intención de “enseñar” no sirve de mucho. Es mucho más práctico “permitirles” avanzar a su manera –protegiéndoles de los peligros- que pretender que hagan las cosas de una determinada forma.

Todo esto lo sabemos, y sin embargo, el control de esfínteres suele plantearse de manera diferente. Habitualmente se habla de “entrenamiento”, de “aprendizaje”, cuando es una habilidad que se adquiere. Y en todo caso, si pudiera hablarse de un “método” para facilitarles el proceso, ese método no debería diferir del modo en que los niños aprenden todas las cosas importantes de la vida: de motu propio, por curiosidad, porque les produce placer, como un juego. De manera que lo ideal es apoyarse en algo que a los niños les sobra: su interés por experimentar y su capacidad de superación. Es mucho más efectivo aprovechar ese impulso interno que tratar de imponer desde fuera una disciplina difícil de entender.

Así que el primer paso es disponer un orinal para él, mejor si se parece al de los adultos: con tapa y todo. A partir de cierto momento en la vida del niño, sus deposiciones son bastante previsibles, y sus padres o cuidadores saben cuando se producen: a menudo, después de desayunar. Si en ese momento le pedimos, “y ahora, te sientas aquí y haces caca”, probablemente nos mirará con estupor, no entenderá bien qué esperamos de él.

Es mucho más efectivo el método indirecto. En el momento oportuno, se le quita el pañal y se le invita a sentarse en su trono. Como si fuera un juego. El segundo objetivo es que esté sentado el tiempo suficiente para que se produzca el gran acontecimiento. Una forma de conseguirlo es teniendo a mano algo que cautive su atención: un libro con dibujos que le guste, algún juguete. Podemos incluso sentarnos a su lado y leerle un cuento.

Más pronto o más tarde un olor sospechoso nos avisará que se ha conseguido el objetivo. Es el momento de levantarle y enseñarle su “obra”, y felicitarle por ello. La primera vez lo mirará con expresión sorprendida, agradablemente complacido por eso tan interesante que ha hecho. Recordemos que cuando los niños defecan en el pañal, habitualmente no ven sus heces. Como lo encontrará muy interesante, sin duda querrá volver a repetir la proeza. Poco a poco irá adquiriendo una mayor consciencia sobre su cuerpo, sus sensaciones y pulsiones, estableciendo nuevas conexiones de ideas en su cabeza: si el niño está maduro para ello, acabará buscando su orinal cuando tenga necesidad. Eso sí, si nos pide caca estando fuera de casa, es mejor encontrar una alternativa que decirle: “hazlo en el pañal, que aquí no podemos”.

El control de la micción suele llevar más tiempo. Pero una vez conseguido sin agobios ni ansiedades el control de las heces, resulta obvio para todos que se trata de una etapa más. Es importante darse cuenta de cual es el momento idóneo, respetar los tiempos del niño, no tener expectativas concretas ni establecer de antemano un plazo determinado (aunque se acabe el verano). Comprender que las situaciones emocionalmente más difíciles –si empieza la guardería, por ejemplo- pueden incidir en su comportamiento, y producirse aparentes “regresiones” temporales.

La retirada del pañal suele coincidir con “terribles dos años”, un momento de afirmación del niño ante los adultos, la primera de las sucesivas declaraciones de independencia que irá realizando a lo largo de su vida. Si se crea conflicto en torno a este tema, decidir donde, cuando y cómo hace pis y caca puede convertirse en un acto inconsciente de “marcaje de territorio” frente a unos padres que, quizá, presionen demasiado. O quizá convertirse el “problema” en un modo de atraer la atención. Es más eficaz premiar los avances con una muestra de alegría, pero acoger con absoluta indiferencia los “accidentes”, asumiéndolos como lo que son: una parte del guión. No retirar definitivamente el pañal hasta que se haya conseguido un nivel aceptable de control por su parte y sobre todo estar muy tranquilos: no constará en su expediente académico.


Isabel F. del Castillo
Autora de La revolución del nacimiento

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