La noción de que los seres humanos nacemos con una naturaleza malvada aún está presente en la actitud de la civilización occidental hacia los niñ@s. Esto se traduce en que, al menos inconscientemente, asumimos que los niñ@s nacen con impulsos y tendencias inaceptables que no desaparecerán, a menos que los enseñemos a controlarse, negando y reprimiendo su instinto y su naturaleza impulsiva. Quienes proponen esta teoría consideran que la labor de los padres es "domesticar" y civilizar la naturaleza bárbara de sus hij@s".
Esta teoría asume que los niñ@s, de una forma natural, golpearían y morderían a otras personas, y se negarían, por ejemplo, a utilizar el baño. Quienes defienden esta postura afirman que los niñ@s no sabrían compartir, ni cooperarían o ayudarían a otras personas, y hasta dan por hecho además que mentirían, robarían y destruirían propiedades y bienes, a menos que se les enseñe disciplina y valores morales, y se les impongan las normas de la sociedad.
Los padres son empujados a castigar a los niñ@s que se comportan mal, y hacerles sentirse malos y culpables. La culpabilidad se considera como la gran fuerza motivadora detrás de cualquier comportamiento social aceptable. Los niñ@s aprenden así a desistir de sus modos "repugnantes e incivilizados" porque aman a sus padres, desean complacerles, y desean ser amados por ellos.
Estas creencias han hecho más daño que cualquier otra creencia ingeniada por la humanidad, y es una de las razones principales por las que el mundo está ensombrecido con tanta confusión. Ha proporcionado la justificación para la violencia, la coerción, la retirada del amor, el aislamiento, las amenazas, y la humillación, todo bajo el amplio paraguas de una supuesta "disciplina", necesaria para la convivencia humana.
Poblaciones enteras de estados e imperios han obedecido ciegamente a las figuras autoritarias del momento, produciendo generaciones de adultos llenos de sensaciones de culpabilidad, miedo, y vergüenza, incapaces de sentir y pensar con claridad cómo actuar.
Todo ello, ha causado que las verdaderas necesidades de los niñ@s no hayan sido satisfechas, propiciando la formación de adultos que pasan la vida intentando desesperadamente, pero sin éxito, llenar sus necesidades tempranas, buscando a alguien que pueda amarlos, aceptarlos, y entenderlos.
Si pudiéramos librarnos de esta noción profundamente atrincherada, si pudiéramos tratar a un bebé desde el comienzo con una actitud abierta y acogedora, seríamos capaces de percibir con nitidez la extensa bondad del ser humano. Veríamos una tendencia innata para el crecimiento físico, mental, y emocional, un esfuerzo por entender el mundo, una asombrosa capacidad para dar y recibir amor, cooperar con otros seres humanos, aprender nuevas habilidades, y adquirir conocimientos enriquecedores. Seríamos testigos de la capacidad del ser humano para alcanzar los niveles más altos de su potencial.
Si supiéramos satisfacer todas las necesidades del bebé con amor, comprensión, estímulos, proximidad y alimento, y lo tratáramos con el máximo respecto y confianza, veríamos crecer al ser humano, no como un monstruo destructivo y egoísta, sino como un adulto considerado, inteligente, cooperativo y cariñoso.
Cuando los adultos tienen tendencias hacia la destrucción o la violencia, deberíamos de asumir que sufrieron abusos o fueron maltratados de niñ@s. La gente no actúa de malas maneras o se comporta estúpidamente, a menos que haya sufrido comportamientos dañinos de otros, o no hayan sido atendidas sus necesidades cuando niñ@s.
Los estudios de criminales han revelado repetidamente el maltrato severo y temprano de estos individuos que crecieron en un entorno que carecía de una mínima comprensión hacia sus sentimientos y necesidades.
Dra. Aletha Solter
www.primal.es
lunes, 28 de abril de 2008
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